Vio una tarjeta roja en Sudáfrica y fue expulsado en Brasil. Parece claro cuál puede ser la mayor pretensión de Luis Suárez en el tercer Mundial que disputa. Aunque seguramente estaría dispuesto a recibir otro disgusto parecido a cambio de que Uruguay se proclame campeona en la cita mundialista.

En el 2010, el once celeste llegó a la semifinal, que perdió ante Holanda (2-3), gracias a una intervención decisiva suya. No en la portería rival, sino en la propia, al despejar con la mano un cabezazo del ghanés Adiyiah en el último minuto de la prórroga (1-1) que habría dado la clasificado a los africanos. El despeje de Suárez provocó un penalti que Asamoah Gyan falló, lanzándolo al larguero. A continuación, en la tanda decisiva, los charrúas, que había recobrado la vida volvieron a mostrarse más acertados (4-2). Uruguay perdió por el tercer y cuarto puesto ante Alemania (2-3).

De Brasil se marchó por la puerta de atrás, señalado por todo el mundo y avergonzado por un increíble mordisco que le dio a Chiellini en el fragor de la siempre apasionada batalla Italia-Uruguay. Una imagen inolvidable que Luis Suárez se ha esforzado por limpiar con un comportamiento intachable. No la vio el árbitro, pero sí millones de personas y la FIFA le impuso una durísima sanción de oficio: nueve partidos de castigo con Uruguay y cuatro meses de inhabilitación, más una multa de cien mil francos suizos.

A Héctor Cúper le conoció cuando tenía 36. En 1991. Tabárez ya era entrenador, por aquel entonces en Boca Juniors, y Cúper un veterano defensa a punto de dar el salto del césped hacia el banquillo en el Huracán. En Ekaterimburgo repetirán los duelos de Argentina y la doble confrontación que protagonizaron con el Mallorca y el Oviedo, respectivamente, cuando coincidieron en la Liga española. Empataron en Palma (1-1) y venció Tabárez en el Carlos Tartiere (0-1). Hoy vuelven a medirse.