Todo entrenador dice tener fe en sus jugadores así las fauces del infierno se traguen al equipo, que es lo que ocurre con el Huesca. Francisco sube con dificultades y baja rodando con sus discípulos la montaña de Sísifo y aun así, el técnico recoge la piedra y repite la operación convencido de que un día ganará. No ocurrió en Vigo, en un encuentro que se afrontó con atrevimiento durante veinte minutos, frente a un rival en complicaciones que no atraviesa su mejor momento. Lo puso contra las cuerdas en una atmósfera caliente, con Balaídos silbando a los suyos, pero en cuanto recibió el primer gol de Iago Aspas, el conjunto altoaragonés se vio poseído de nuevo por su condición de colista. Una defensa tierna, un centro del campo donde solo carbura Moi Gómez y una delantera para el naufragio en solitario de Cucho Hernández. Perdió todo relieve competitivo hasta hacerse plano, intrascendente, y recibir un segundo tanto que retrató que el combustible de su esperanza de salvación comienza a consumirse. Ahora mismo es un submarino cayendo al abismo sin tripulación.

Mejoró contra el Levante y creó ocasiones para vencer, lo que no ha logrado desde la primera jornada. Sin embargo, en Vigo regresó a ese perfil de equipo que quiere pero no puede, de una maquinaria rudimentaria a la que además le faltan piezas fundamentales. El esfuerzo, la disposición y el compromiso no son suficientes: para continuar en la élite hay que tener talento y mal genio. Como por ejemplo el Celta, que en plena crisis hizo constar sus flaquezas pero que fue guiado entre las sombras por una mayor agresividad vertical y por el faro de Iago Aspas, mágico pillo de este juego. Apareció el atacante internacional y desmontó al Huesca, sin argumentos para inquietar a los gallegos más allá de sus tan correctos como insípidos arranque de encuentros. El equipo azulgrana tuvo un par de oportunidades bien trenzadas y se acabó. Fue como si hubiera cumplido el expediente. Desde el banquillo, Aguilera, Gürler y Chimy tampoco compusieron música celestial cuando entraron en escena. Sobre todo el turco, que sigue sin aterrizar desde su fichaje.

Este Huesca necesita chapa y pintura en el mercado de invierno. Está obligado a pasar por la mesa de ese quirófano y reconstruir una piel con mayor grosor. Porque su fútbol, aun entusiasta, es absolutamente transparente, muy previsible, fácil de descifrar. Contiene gramos de elegancia y una pizca de sal ofensiva. Pero la mezcla no le da para servir un cóctel con sabor ganador. Es cierto que ha subido un escalón, aunque baja de tres en tres en cuanto hay exigencias defensivas. En el primer tanto del Celta, Hugo Mallo se cuela hasta donde le apetece con la permisividad de Akapo, cuya posición artificial de lateral izquierdo le está triturando. En el segundo gol, el propio Akapo queda muy mal parado (y lesionado) de un balón al espacio que corre Iago Aspas para burlarle con un regate de altísima escuela. Pulido y Etxeita miden fatal muchas de sus salidas de zona...

El Celta hizo lo justo para quitarse de encima al Huesca en una situación delicada para ambos. La fe de Francisco no mueve montañas. Tampoco la suya, la de un equipo que empieza a ser sencilla colina para escaladores o senderistas.