El Villarreal rozó la proeza en el estadio Ramón Sánchez Pizjuán y con su 0-2 estuvo muy cerca de eliminar al Sevilla en los octavos de final, pero al conjunto de Benito Floro le pesó mucho el 1-3 encajado en El Madrigal. Caparrós anunció durante la semana que no quería ningún tipo de confianzas y pese a lo encarrilado de la eliminatoria dispuso sobre el terreno una alineación prácticamente titular y sólo con bajas obligadas por sanción o lesión. Benito Floro, por su parte, sí que reservó algunos jugadores de peso para la Liga, pero al equipo que sacó se le vio con desparpajo y sin la presión de la obligatoriedad de superar una ronda muy cuesta arriba.

Sin embargo, nada más iniciarse la segunda parte, una jugada del visitante Cases, que en la primera había estado en el banquillo, acabó con un despeje del sevillista Redondo, también recién incorporado, que dejó el balón en el fondo de su propia meta. Esa desafortunada jugada local dejó al Sevilla un poco tocado y enrabietado al Villarreal, equipo que se creyó por momentos que la eliminatoria aún tenía historia y más aún cuando a falta de un cuarto de hora para cumplirse el tiempo reglamentario José Mari se aprovechó de un despiste defensivo para poner el 0-2.

NERVIOSISMO Los nervios acudieron al Sevilla y a sus aficionados, que vieron que lo que iba a ser una noche de fiesta se podía convertir en tragedia, aunque ésta no llegó por mucho que lo intentó el Villarreal.