El corazón de Tarazona late acelerado, motorizado por una bomba de ilusiones que va mucho más allá de un club que cumplirá su centenario en el 2024 y que hoy, por primera vez en su historia, tiene la oportunidad de subir a Segunda B. El equipo que entrena David Navarro debe de ganar en el Municipal al Alavés B después del empate sin goles del partido de ida. Las previsiones meteorológicas para las siete de la tarde, hora a la que dará comienzo el encuentro, anuncian un calor sahariano, pero la temperatura más alta tiene su origen en una ciudad entusiasmada, en una afición que vive este momento con un profundo sentimiento de pertenencia. El quinto intento consecutivo de ascenso, rosario que comenzó con Ismael Arilla y que sigue e insiste con David Navarro, puede ser el definitivo. El rojo de sus colores invade la espera, las conversaciones, las miradas cómplices que se cruzan en cada esquina esperando que el estadio, con aforo para 1.500 espectadores, abra sus puertas a cerca de 3.000 seguidores para convertirse en una antorcha de pasiones. Es el día, sin duda.

Alrededor de una mesa se sientan Aniceto Navarro, presidente y exdelantero del Tarazona; su padre, Fernando Navarro, excentral y uno de los principales pilares de la entidad cuando renació bajo la denominación de Eureka, y Santiago Albericio, impecable memoria del club que un día plasmará en un libro su rica documentación. Cada palabra, casa sílaba, cada gesto, cada silencio llevan implícitos un brillo especial en los ojos, una declaración de amor hacia una institución que tratan como parte indisoluble de sí mismos y de una sociedad turiasonense que siempre ha abrazado a su equipo, pero que ahora lo considera eje principal de sus emociones. Con un modesto presupuesto de 340.000 euros y un patrimonio humano fiel como ninguno en la geografía futbolística aragonesa, el Tarazona se ha despojado de su humildad deportiva, de travesías por la gloria y otras mucho más pronunciadas por los desiertos de la regional, sin desvestirse de una lectura realista de sus posibilidades y del enorme respeto y simpatía que provoca entre los clubs con los que compite.

Esta "época dorada", como la define Santiago Albericio, se ha producido desde que Aniceto Navarro se hizo cargo de la presidencia hace nueve temporadas. El historiador establece dos pasajes de la biografía reciente como fundamentales para haber llegado a este momento. "La elección de Javier Moncayo como entrenador, un hombre con una gran experiencia que esquivó situaciones muy delicadas y al que la afición veneraba, y la capacidad para superar un instante muy convulso cuando en el segundo curso en Tercera pasaron cuatro entrenadores y se eligió en el último lugar al propio Moncayo. Ahí es cuando esta directiva sentó las bases de seriedad, sobriedad y ambición que nos han conducido a estas cotas".

El presidente disecciona los porqués de un Tarazona a punto de tocar el cielo: "El elemento diferenciador es la confianza que damos a entrenadores y jugadores que pasan por aquí, a quienes convencemos desde la veracidad, diciéndoles lo que hay y huyendo de falsas promesas económicas. Y hemos dejado a un lado el forofismo para creer en un proyecto a largo plazo. Desde el 2008, cuando entramos, nuestro objetivo ha sido imprimir un sello de fiabilidad y reverdecer el sentimiento hacia el club porque casi todas las familias han tenido algún miembro defendiendo los colores o aportando algo para que la SD Tarazona fuera mejor". Un cordón umbilical comunica los tres en esta charla. Son familia, y alrededor de esa mesa, sin estar, se percibe el aura muy presente de cada una de las personas que han llevado y llevan el escudo como parte de su anatomía sentimental. Mucho más allá de haber vestido algún día la camiseta como los Navarro, los Terrado, los Cornago, los Casaus, los Vallejo (Jesús, Pepe y David), Óscar Navarro y su padre... "Y la leyenda, José Luis Royo y su hijo Diego", recuerda Albericio mientras riega el árbol genealógico rojillo.

"Cuando subimos el Eureka a Preferente, tras cinco años sin fútbol en Tarazona, fuimos primeros casi toda la liga con tan solo 14 jugadores en la plantilla y había entradas de 2.000 y 3.000 seguidores en el campo del San Juan", subraya Fernando, partícipe de ese primer salto de calidad en la década de los 70 "cuando, en aquella Tercera división de altísimo nivel, poseíamos un gran prestigio", apunta Albericio. Siempre la gente, el aficionado, el seguidor, el hincha... De 240 socios a 700; de un terrible episodio de 15 años sin pisar categoría nacional (1995 al 2010) a ser asiduo de los playoffs, esta vez como campeón de grupo y cerca de hoyar "la felicidad. Cuando pase el tiemo, un lustro o una década, no sé, seremos mucho más conscientes de lo que estamos saboreando ahora. Estamos viviendo un estado de euforia y de expectación por este partido. No sabemos dónde estaremos en el 2024, año del centenario, pero este logro lo valoraremos a posteriori. Y hablaremos, orgullosos, de cómo lo vivimos".

Un domingo al rojo vivo. Un 80% de los asistentes con sus camisetas del Tarazona como bandera y escudo. "Hay gente ya mayor que dejó de venir al fútbol y ahora está regresando. Personas que disfrutaron en los 70 y los 80 y que, en algún caso, se había descorazonado. Les convencimos, desde el corazón, de que podían volver a disfrutar de nuevo Y ahí está el padre, tirando del hijo para venir al campo. Tres generaciones", explica Aniceto Navarro. El presidente, quien descubre que ha llorado en alguna ocasión "al ver cómo jugadores que no son de aquí se sienten como si lo fueran y cómo la gente los ha acogido a todos", incluye una anécdota para enriquecer la documentación del elevado compromiso de la ciudad con el club. "Cuando voy a casa de los socios que han fallecido para devolver la cota correspondiente, los familiares me dicen: 'Si te viera mi padre' Y no admiten esa devolución". "Hemos visto a gente muy mayor regresar al fútbol con lágrimas en los ojos. La atmósfera que se vive en Tarazona no tiene comparación en Aragón. Llevo 40 años de socio, desde los 13. ¿Se puede pedir más que esto?, pregunta Santiago Albericio seguro de la respuesta. "Si a la gente le das tu corazón, te lo devuelve. Nos sentimos queridos, correspondidos y realizados", le dice Aniceto Navarro.

Frente al partido, frente a las puertas de la gloria, nadie duda. "Queremos subir sí o sí, y en la medida de los posible nos gustaría permanecer. Llegaremos hasta donde debamos, pero con un presupuesto real: fichar y presupuestar desde la realidad, no desde los sueños. Esta junta directiva no va a hipotecar el futuro del club", explica el presidente mientras fuera del Municipal arden los termómetros y los corazones de Tarazona. Impacientes, felices, orgullosos, sensibles. Es un equipo estable, que sabe a lo que juega. "Existe una calidad importante acompañada de una gran fe e ilusión. Mi confianza es absoluta", sentencia Fernando con una seguridad catedralicia. Pura sangre roja y azul corre por las venas del Queiles.