Víctor Muñoz se ganó ayer una tarjeta amarilla en conducta, o al menos en la asignatura de delicadeza, una materia que domina como nadie pero que olvidó durante el ensayo celebrado en La Romareda. David Pirri, García Granero y Juanjo Camacho fueron elegidos por el técnico para que arbitraran los tres partidos que disputó el equipo durante el entrenamiento en el estadio municipal. Los futbolistas participaron en esos encuentros, pero en un momento determinado fueron reclamados por el preparador zaragozano para que le echaran una mano como colegiados.

Ni uno de ellos rechistó. Enfundados en un peto blanco para distinguirse del resto, los tres integrantes de la primera plantilla cumplieron con la labor encomendada. Alguno con más interés que otro. Alguno más mosqueado que otro. Esa decisión de Víctor no dejó indiferente a nadie, y mucho menos al trío arbitral , tres profesionales con los que no cuenta para nada el preparador aragonés --Pirri y Camacho no han jugado un solo minuto esta temporada y ni siquiera han entrado en una convocatoria-- y a los que ayer sometió a una humillación pública.

El gesto de Víctor sólo puede interpretarse como un patinazo en el trato, puesto que sitúa a los jugadores en una tesitura de injusta subordinación. Si fuera por ellos, seguro que le hubieran sugerido que no están para esos menesteres. No puso a pitar a Movilla ni a Milito, por poner dos ejemplos, por lo que el full time tiene poco de democrático.