El seísmo no fue casual, se presintió con suficiente antelación. Los pronósticos no fallaron. El epicentro se iba a ubicar en el Príncipe Felipe. Y así fue. Cuando el terremoto Anna Kournikova hizo su entrada en la pista todo palpitó, tembló con estrépito. Era la imagen más esperada. La diva rusa hizo su entrada en plan estelar, acompañada de Conchita, luciendo su estampa de barbie tenista. No defraudó a nadie, a ninguno de los casi 10.000 aficionados --unos 1.500 entraron con invitación-- que se dieron cita en la grada para contemplar su idolatrada figura. Con su dorada trenza, su modelito hecho a medida --celeste, cómo no-- para lucir curvas, y con las zapatillas a juego, la Kourni dio lo que todo el mundo quería. Poco tenis y mucha pose. Y por ello recibió un baño de amor, de calor sin límites. "Me ha sorprendido el calor del público de Zaragoza. Espero volver". Este fue el deseo de la moscovita, su respuesta a tanto cariño derrochado.

El tenis parecía lo de menos. La fiesta, el cachondeo era lo que primaba. Así se lo tomó un público variopinto, de todos los colores y tallas, que gozó del circo montado para su disfrute. Jaleó, gritó, bromeó, animó... disfrutó al máximo ante la exhibición de Kournikova, la gran atracción. Pero Conchita no recibió menos. En su retorno a casa reivindicó su protagonismo con profesionalidad y la previsible victoria final (6-3 y 7-5) en un duelo con minúsculos beneficios deportivos para el espectador. "Me ilusionaba mucho regresar a casa, a Aragón y espero repetir pronto", dijo Conchita.

LLUVIA DE FLASHES Fue un partido anómalo, donde los cuellos no sufrieron tortícolis siguiendo la alocada pelota. Las miradas estaban fijas en un mismo objetivo. La gente se agolpó en las escaleras, reventó las filas más próximas a la pista para contemplar el espectáculo en primer plano. La incansable lluvia de flashes cazaron sin parar las mil y una poses de la Lolita del tenis mundial. "Yo me he traído tres carretes", reconocía Federico sin soltar la cámara. Otros no se conformaban con una fotografía y soñaban con algo más. Ana, te queremos, danos tu número de teléfono . Ese era el utópico mensaje en ruso --sí, en ruso-- que lanzaron David, Iván, Rubén y Diego en un fondo del aforo en forma de pancarta.

Sin embargo, otros eran mucho más críticos. "Con lo que ha costado esto podrían haber traído a una jugadora mejor. Está buena, pero casi mejor que hubiera venido a un desfile de modelos", exponía un aficionado. "Incluso algunos le alaban, le aplauden. ¿Será por el dinero que ha ganado por venir aquí?", aseveraba una mujer sujetando a su hija. Quizá desde esa visión brotó el abucheo final que recibieron José Atarés y Antonio Suárez cuando salieron a la pista a entregar los trofeos. "Este evento le ha costado a la ciudad lo que vale cualquier acontecimiento de cierto nivel. Las cifras que se han dado no son exactas y presentaremos un balance final para enseñar el coste final", declaró por la mañana Antonio Suárez.