David de la Cruz pedía no hablar tras cruzar la meta de Tarragona. Buscaba al auxiliar de su equipo, el que reparte bebidas refrescantes, isotónicas y agua entre los ciclistas. Abría la nevera y De la Cruz buscaba desesperadamente un botellín de agua, que bebía con la pasión del que espera llegar a un bar y zamparse de un trago una helada caña de cerveza.

De la Cruz llevaba todo el año con una palabra de seis sílabas grabada en su cabeza. «Vuelta», donde saltó a la fama hace un año, cuando ganó en el Naranco, en Oviedo, cuando se vistió de rojo y cuando consiguió llegar a Madrid en el top ten.

Fue algo así como un cambio de paso, dejar de ser un prometedor gregario para convertirse en el corredor que lleva a sus espaldas la jefatura del Quick Step en la ronda española, el dorsal del equipo que acaba en uno -el que exhiben los líderes- y en un aspirante a la clasificación general. «Quería llegar de rojo a Cataluña, he perdido una gran ocasión para ponerme líder», lamentaba en Andorra, tremendamente cabreado porque los dos segundos que Chris Froome, con quien correrá el año que viene tras ser fichado por el Sky, le impidieron llegar a su tierra como patrón de la Vuelta.

«Vamos a trabajar para él. Ya vimos que respondió muy bien en Andorra. Es nuestro líder. Está muy fuerte y creo que, por lo menos, puede acabar entre los tres primeros de la Vuelta», explicó en la meta de Tarragona, Enric Mas, el joven y prometedor ciclista mallorquín de 22 años a quien los directores de su equipo le han pedido que levante el pie en los momentos decisivos de esta primera semana porque no quieren quemarlo antes de tiempo. «Todos vamos a trabajar para David, tal como hicimos en Andorra. Ya demostró el año pasado que podía ser nuestro líder», añadió Matteo Trentin, después de ganar en Tarragona, donde no hubo autoridades en la meta.