El 'Tigre' ha vuelto. No se puede decir que fuera la crónica de un regreso anunciado, porque los interminables tropiezos que ha tenido Tiger Woods en los últimos años, prácticamente en la última década, ponían en duda el renacer de una estrella que lo fue todo en el golf pero que, para algunos, ya no podría reeditar nunca los éxitos pretéritos.

Craso error de apreciación. A un número 1 de su magnitud nunca se le puede dar (deportivamente) por muerto. Ni que haya sufrido cuatro operaciones en la espalda en los últimos cuatro años. Ni que haya pasado otras cuatro veces por el quirófano por su rodilla izquierda. Ni que su adicción a los medicamentos paliativos del dolor le comportaran una detención por conducir intoxicado el pasado mes de mayo. Ni que su adicción al sexo acabara con su matrimonio y le abriera muchos frentes de conflicto hace casi una década. Ni siquiera el hecho de que ya tenga los 42 años bien cumplidos.

Pese a todos los pesares, Tiger Woods está de vuelta. Solo jugó un torneo en el 2016. Solo jugó tres en el 2017. Y solo lleva cuatro en el 2018. Pero en el último de ellos, este pasado fin de semana en el Innisbrook Resort de Palm Harbor (Florida), en el Valspar Championship, el golfista californiano flirteó con la victoria hasta el último hoyo, el 18 del último día, y solo se vio superado por otro veterano, el inglés Paul Casey, y por un solo golpe. Un -10 para Casey, -9 para un Woods empatado con Patrick Reed (EEUU) que igualó su mejor resultado desde el 2013 y que estuvo a punto de lograr su primera victoria en los últimos cinco años. El último éxito data de agosto del 2013 en el WGC Bridgestone Invitational. Si hablamos de grandes, de 'majors', son ya 10 años desde que el mítico golfista ganó su 14º y último título de Grand Slam, el Abierto de EEUU. Desde ese US Open del 2008, Woods se mantiene a cuatro grandes del récord de 18 de Jack Nicklaus. También está a tres victorias del total de 82 de Sam Snead. El domingo, Tiger estuvo a punto de lograr la 80ª.

El polo de los domingos

Solo un golpe lo impidió. Pero vestido -como los grandes domingos de éxito- con su tradicional polo rojo sangre, Tiger Woods desplegó un repertorio de golpes que ya parecía olvidado en el baúl de los recuerdos de leyenda. Como un 'drive' a 208 kilómetros por hora (el 'swing' más veloz de la temporada en el circuito), o esos 'chips' de aproximación, o esos 'putts' superprecisos que tantas victorias le habían dado. Solo le falló el último, de unos 12 metros, que le hubiera dado la posibilidad de un desempate con Casey, de 40 años, otro de esos veteranos llamados a marcar este 2018, como el renacido Phil Mickelson (vencedor en México hace ocho días a los 47), o el propio Sergio García, cuarto el domingo a sus 38 años y que defenderá del 5 al 8 de abril la chaqueta verde en el Masters de Augusta, donde Tiger triunfó cuatro veces entre 1997 (su primer 'major') y el 2005, y Mickelson en tres ocasiones.

"Creo que mi juego está progresando bien", aseguró con modestia este domingo Tiger, el golfista de Hamelin que arrastra de nuevo multitudes por los campos donde pasa, en un golf que, pese a quien pese, le echaba de menos. Había dejado un hueco imposible de cubrir, a no ser que fuera por él mismo. En ello está. Lo demostró el pasado fin de semana y espera hacerlo de nuevo en el Arnold Palmer Invitational del próximo, último torneo antes de afrontar el gran reto de Augusta.