—En su caso, el fútbol le pudo al remo. Fue bronce en el Nacional infantil en 1983.

—Me dediqué al remo hasta que pudo más el fútbol. Tenía cualidades, dicen que técnicamente era bueno y siempre fui disciplinado. Además me aportó mucho, porque el deporte individual no tiene nada que ver con el colectivo y aprendes valores que en el otro son difíciles de entender.

—¿Quién le mete el gusanillo del fútbol?

—Mi familia, soy hijo de un exfutbolista que llegó hasta el Barça juvenil y al Condal, que es el filial ahora. Y mi hermano también jugaba. La calle fue nuestro lugar para el balón y disfrutábamos, por eso creo que éramos diferentes a los jugadores de ahora.

—Empezó en el Mequinenza, el equipo de su pueblo.

—Jugué en juveniles un año y después di el salto al primer equipo, en Tercera. Estaban Ormad, Álvaro, que en paz descanse, Raúl, el padre de Guti, Jesús India... Aprendí bastante esos años.

—Al filial llega en 1990.

—Tenía que haber ido antes, en juveniles, porque en esa etapa Vicente Abad, que era nuestro entrenador y había estado en la Ciudad Deportiva me habla de la posibilidad de ir. Era un chaval de pueblo, muy arraigado y no me apeteció salir. El año ya de Manolo Villanova pude también ir antes, a mitad de temporada, pero fui más tarde y ya Víctor Fernández decide que me quede.

—Víctor le pasa de mediocentro a central. ¿Fue clave para usted?

—Sí, porque le gustaba que el balón saliera jugado desde atrás. Y en aquella época había buenos jugadores en el filial. Tengo muy buen recuerdo de Víctor, fue fundamental en mi carrera. Era un chaval de pueblo que jugaba por jugar y de manera innata y eso le gustó a él. Cuando llegué al filial me costó integrarme, pero me puso y pasé a a ser indiscutible en el eje de la defensa.

—Menudo filial había...

—Sí, en las circunstancias actuales más de la mitad habría llegado al primer equipo. García Sanjuán, Sánchez Broto, Roberto Martínez en la etapa final, Mario, Bañuelos, Fuertes, Tejero, Cornago, Nacho, Blasco… La delantera era Moisés y Salva y los dos llegaron a Primera.

—Usted tenía todos los números para ir citado contra el Tenerife, no debutó y ya nunca más tuvo opciones de hacerlo en el primer equipo. ¿Qué pasó?

—No llegué a ir convocado, pasaron cosas durante la semana, un pequeño altercado y no fui.

—Un pequeño altercado...

—Sí, por llamarlo así. Mejor no ahondar mucho, fue culpa mía al 100%. Cosas de jóvenes, de tener un carácter muy fuerte, me enfadé mucho con quien no me tenía que enfadar y lo pagué caro. Ya no hubo otra oportunidad. Pasé de jugar en Preferente a casi llegar a Primera en seis meses, aquel año rendí muy bien, en un Zaragoza que pasaba apuros y que apostaba por la gente joven. Estaba convencido de que iba a debutar, no sé si a mantenerme, pero pasó eso y no fue posible.

—Se va en el verano de 1992.

—Vi que todo tenía una fecha de caducidad. Ya tenía una edad, cerca de los 23, me tocó la mili en Zaragoza y me fui al Casetas y ya desde ahí al Girona, al Figueras, al Palamós, al Binéfar...

—En el Girona vivió su mejor época como entrenador.

—Allí entré bien, conocía el club, su idiosincrasia y crecimos juntos. Me pasó un poco como a Víctor en el Zaragoza. De ahí a Huelva, Cádiz, Tenerife, Zaragoza… En los últimos años en España me ha tocado trabajar en circunstancias jodidas, siempre de bombero.

—Al Zaragoza le trae Juliá, ya tenían una relación estrecha.

—Yo ya lo conocí en Zaragoza, cuando estaba en el filial y él en el primer equipo, pero la relación no era estrecha entonces. En el Girona, él vuelve como director deportivo y empieza en un proyecto, me firma como jugador en el 2003, mi último año como futbolista. Ahí el trato es de director deportivo a profesional, pero después coincidimos más veces y nació una buena relación con él.

—¿Hasta qué punto fue importante para que aceptara fichar por el Zaragoza?

—Es que si Narcís decide que vaya es porque cree en mí. Sé que no era la primera opción, que querían a Rubi, pero esperaba algo de Primera y rechazó la propuesta. No tengo duda de la capacidad de Narcís, que seguro que apostó por mi experiencia en la categoría y en clubs que no estaban bien.

—Para usted era volver al equipo en el que no pudo debutar, quitarse esa espina.

—Hay dos clubs en mi vida, el Zaragoza y el Girona. Yo le estaré eternamente agradecido y, como no pude debutar como jugador, se puede imaginar cómo me sentí al poder entrenarlo. Es un equipo que ni me lo planteé cuando me llamó Narcís, sabiendo que la situación era jodida, pero ahí entraba ese sentimiento. Eso puede con todo. Es que soy lo que soy gracias al Zaragoza. Si en su día no me hubiera dado la oportunidad, a lo mejor estaría aún en mi pueblo.

—Hubo reacción a su llegada.

—Fue bien dentro de las dificultades, nos fuimos a Navidad ganando en casa del Rayo y los números eran buenos. Tras el parón, venía el Girona, un visitante fuerte y esa derrota con diez nos marcó. Se genera una decepción cuando solo había sido un partido. Luego, perdemos con el UCAM en un encuentro que no tuvimos que perder por las ocasiones y entramos en una dinámica que nos impidió acabar de salir de abajo.

—Fue muy criticado por su apuesta por Irureta en la portería. ¿Cree que ahí se equivocó?

—Yo ahora veo a Cristian Álvarez y digo ‘joder qué importante es’. Estoy convencido de que Xabi es un muy buen guardameta, aunque no sé hasta qué punto le superó lo que era la portería del Zaragoza. Lo ponía porque creía que era el mejor, de verdad, pero cuando fallaba nos costaba caro. No tuve dudas con él y desde luego no me arrepiento. Lo volvería a hacer, porque lo hacía por principios. No era cabezonería ni nada, era el que tenía que jugar.

—En enero llegó Saja, aunque lo hizo fuera de forma.

—Había sido un gran portero, pero vino tras un tiempo sin equipo. Era veterano, ya le costaba, apostamos por él y lo hizo bien al principio. Fue una parte más de lo que pasó, aquel año la portería no funcionó en ningún momento por lo que fuera.

—El que llegó tambien fue Samaras. ¿Qué le pareció su fichaje?

—No me gusta hablar mal de nadie, pero sí diré que yo no quería a Samaras. Ni lo habíamos dicho, ni analizado y venía sin ritmo, de la Segunda de Estados Unidos. Vino, lo aceptamos y ya está, pero el problema es que te tienes que comer que no lo quieres poner porque no te da la gana. No estaba para competir, es que era un exfutbolista ya.

—Acaba el mercado de enero y el que se va es Juliá. ¿Qué sintió en ese momento?

—Cuando la persona que te ha traído y que cree en ti se va, pues ya sabes que la cosa se complica. O empiezas a ganar partidos o los días los tienes contados. Sé cómo va esto. Yo seré mejor o peor, pero de tonto no tengo un pelo.

—En el último mes en el banquillo se prolongó su continuidad y ya había un entrenador firmado para la siguiente temporada, Natxo González. ¿Era consciente?

—Por supuesto. Lo sabía todo, porque en el mundo del fútbol nos conocemos todos. Yo al día siguiente que había firmado Natxo ya me entero por terceras personas. Esto es fútbol y funciona así. Sabes ahí que tu crédito ya no existe, que es cuestión de días y lo que tratas es de ser un profesional íntegro, una persona ejemplar. Y me siento orgulloso por cómo me comporté.

—Se dijo que no tenía una buena relación con el vestuario, que tuvo un incidente con Iza.

—No era cierto. Lo de Iza, tampoco. Fue un momento puntual que no estábamos de acuerdo en una cosa, pero pasa muchas veces. Eso sí me molestó un poco. En todos los vestuarios pasan cosas, yo he tenido problemas en otros grupos que eran mucho más jodidos que el del Zaragoza. También hubo un tiempo que se dijo que había un conflicto entre Lanzarote y yo y era mentira. Intento como entrenador que los futbolistas rindan y que vayan por la dirección que yo quiero.

—¿Sentía que aquel vestuario estaba con usted?

—Es que no solo es eso. Uno es entrenador y está en su posición. Y el jugador, en la suya. Eso les pedía yo, diciéndoles que representamos un club y que nos podían acusar de jugar mal, pero nunca de que no nos dejábamos el alma o que no éramos profesionales o no intentábamos mejorar.

—La derrota ante el Sevilla Atlético marca su adiós a finales de marzo. Aquel gol en la prolongación, contra diez...

—Fue la sentencia, hasta piensas que si ese día no eres capaz de ganar, contra diez y teniéndolo tan a mano, con el 1-2 tan surrealista... Pues hasta ahí llegamos.

—¿Temía entonces por el descenso a Segunda B? Solo había dos puntos de renta cuando se va y llega César Láinez.

—No, de verdad que no. El Zaragoza solo tenía un problema y no era la Segunda B, sino que no podía aspirar a subir a Primera, esa es una realidad que cuesta aceptar allí. Cuando estás abajo no puedes hablar de los puestos de ascenso. Ahora creo que ha calado y Víctor lo hizo muy bien al llegar, con el mensaje claro de que primero era salir de abajo. Pero en esa temporada nunca vi el descenso como en este año, donde sí noté momentos peligrosos, cuando el equipo estaba en esas plazas. Nosotros nunca llegamos a caer ahí y no tuve esa percepción. Creía que éramos mejores que muchos que estaban por detrás en la tabla.

—¿Cuándo volverá el Zaragoza a Primera?

—No lo sé, pero volverá seguro. Volverá a ser un grande, pero el ciclo que toca ahora es este. Y hay que entender que el Zaragoza juega como mínimo en igualdad de condiciones que el resto o en muchos casos en inferioridad porque hay clubs con un límite salarial mucho más alto. Y la dificultad añadida del escudo que llevas, que hace que necesites futbolistas con personalidad.

—¿Se fue con algún reproche o con dolor del Zaragoza?

—No, de verdad que no, dolido con nadie. Me fui con la pena de que no hubiera ido mejor. También sabía al ir lo difícil que era, todo lo que envolvía al club, igual que era consciente de que si no hubiera sido en esas circunstancias yo no habría entrenado al Zaragoza. Si el club hubiera estado en Primera, de qué hostias voy a entrenarlo yo. Ahora lo que tengo es unas ganas enormes para que pronto juegue este equipo en el Camp Nou o en el Bernabéu, como ha pasado toda la vida.

—¿Qué le ha parecido la llegada de Víctor?

—Le ha dado alegría y le ha puesto a todos los jugadores un paraguas importante, que es él. Le ha dado al equipo ese estilo que le caracteriza como técnico, ves al Zaragoza y apuesta por el balón. Me alegro de su vuelta a casa, Víctor es un patrimonio de ese club. A ver si con él resurge el león...

—Usted en agosto pasado acabó su etapa en China, en el Nei Mongol Zhongyou. ¿Y ahora?

—China es lo que es, allí jugar al fútbol no saben, pero te dan la opción económica y vas. Los chinos son difíciles, eso es otro mundo, pero tras ese paso me considero mejor entrenador, más global. Ahora quiero estar tranquilo, con la familia. Buscaré algo que quiera y donde me quieran, A veces los profesionales nos dejamos llevar. Bastantes cosas incontrolables hay como para irte donde no debes y meter la pata.