Alberto Soro tuvo un primer momento: la pretemporada. En verano eclosionó con tanta fuerza que cambió con su fútbol especial los planes del club. Aquella idea de que jugara con el filial en Tercera División pasó al olvido y su renovación como jugador del primer equipo constató su nuevo estatus. Sin embargo, llegó la temporada y Soro fue aparcado en el fondo del banquillo. Minutos sueltos, protagonismo residual. Ahí se perdió la primera gran oportunidad con él: nadie supo ver que había que sacar partido a aquel chico talentoso que había brillado en el verano y que, por entonces, estaba tocado por una varita mágica. En su lugar jugaba, por ejemplo, Buff.

Después de unos meses en la calle del olvido y de que Víctor Fernández lo reservara también como segunda opción, Soro ha vuelto a irrumpir. Le faltan algunos kilos, pero le sobra calidad, distinción e inteligencia. Tiene de su lado la fuerza incontenible del talento.