Sucedió en julio de 1953. En esa histórica foto posan satisfechos después de haber realizado una gesta para la escalada nacional Ángel López Cintero, Manuel Bescós y Alberto Rabadá. Los alpinistas de Montañeros de Aragón habían ascendido el 14 de julio el Puro de los Mallos de Riglos. La imagen parece que fue tomada ayer de lo fresca que es. Están en el apeadero de Riglos vestidos con el uniforme del Frente de Juventudes. Botas de montaña, pantalones bávaros y camisa azul. Al fondo el impresionante paisaje de los Mallos con el Firé a la izquierda y el Pisón a la derecha, dejándose ver en su parte baja el Puro.

Esa foto se la hizo un socio de Montañeros de Aragón. Era Francisco Ramón, el Galletas. «Tenía una fábrica de galletas en el barrio de La Paz. Era de los pocos que tenía una buena cámara por aquellos tiempos. Nosotros nos conformábamos con una cámara de fuelle», afirma López. Aquella imagen dio que hablar en su tiempo. «Se la bautizó como Trío de Ases. Se llevó un premio de 1.000 pesetas del Amanecer, un periódico zaragozano del Movimiento», explica.

La escalada siempre ha estado unida a los grandes retos y el drama que siempre la ha envuelto. De aquella cordada irrepetible solo sigue vivo Cintero. Manuel Bescós se mató dos semanas más tarde bajando del Pisón con el propio Cintero y José Antonio Bescós, su hermano. «Se rompió una clavija bajando y quedó destrozado», recuerda López. Alberto Rabadá falleció junto a Ernesto Navarro en agosto de 1963 subiendo el Eiger. «Ya se habían producido 40 muertes y les falló la cabezoneria aragonesa».

Sin embargo, Cintero sigue casi tan fuerte y con tan buena cabeza como cuando conquistó el Puro por primera vez hace 67 años. Ahora tiene 84 y sigue en activo. «Si alguien me dice algo le comento que soy un hombre histórico. No tengo nivel, pero mucha experiencia y se dónde debo ir». Su esposa, Pilar Arregui, tiene 23 años menos que el veterano escalador y ya tiene ganas que deje de trepar por las paredes. «Me pregunta cuándo dejaré de escalar y yo le digo que el día que vaya y no arranque», dice Cintero.

Los tres fueron unas lumbreras de su época. Cintero era electricista industrial. «Entré en las mejores casas de Zaragoza, en la plaza de Los Sitios, Independencia, Alfonso... Allí vivían médicos, abogados...», afirma. Pero la figura era Alberto Rabadá. «Se complementaba muy bien con Navarro. Este era pequeño y muy ágil y Rabadá era excepcional, muy potente y atlético. Las vías que hicieron tenían su historia y fueron muy nombradas como la oeste del Naranjo de Bulnes o el Firé haciendo vivac cuatro días y cuatro noches». Como persona Rabadá era la simpatía en estado puro. «Tenía muy buena presencia, bailaba muy bien y las mujeres iban detrás de él». Tenía un taller para hacer esqueletos de sofás en Las Delicias. «Sus amigos le llamaban el gorila. Vivía en un cuarto piso de la calle de San Ildefonso e iba de piso en piso saltando por las barandillas».

Cintero ha perdido la cuenta de las veces que ha subido al Puro. «Habrán sido unas 30, la última hace dos años. Ahora tengo lista de espera para volver a subir. Igual lo hago este mismo año. Me han buscado dos mozos de 62 años. Es una buena edad para escalar», explica. Los predecesores de López, Bescós y Rabadá hicieron sus gestas en la Peña Sola de Agüero. «Eran Ángel Serón y Fernando Millán. En 1947 y sin medios marcaron un hito en el alpinismo español al hacer el primer sexto grado de escalada estando dos noches colgados de la pared», afirma.

En aquellos años se contaban con los dedos de una mano los escaladores zaragozanos. Entre ellos estaban Rafael Montaner, Pepe Díaz, Cintero, los hermanos Bescós, Alberto Rabadá y Julián Vicente. Muchos de ellos se alistaban en el Frente de Juventudes y escalaban encuadrados en las llamadas Centurias Montañeras. Ellos pertenecían a la denominada No importa. Se reunían en la sede de la calle de Temple para pasar el tiempo libre y planificar sus conquistas. «No nos enseñaron nada malo, ni nos politizaron en el Frente de Juventudes. Era muy entretenido y nos reuníamos en el local para jugar al parchís o el ping pong. Nos proporcionaban material para poder escalar como cuerdas de cáñamo. Me llevaron de monitor a un campamento de verano a Gredos con 18 años», dice.

En aquellos años llegar hasta Riglos desde Zaragoza era casi tanta aventura como subir al Puro. «Solo se podía ir desde el canfranero porque a Riglos no llegó la carretera hasta los sesenta. Le costaba llegar tres horas y del apeadero hasta el pie de las vías otra hora andando con la mochila cargada con toda la ferretería a la espalda con 30 kilos de mosquetones, clavos, pitonisas y clavijas», afirma Cintero. Una vez llegaban allí no tenían refugio donde pernoctar. Descansaban en alguno de los graneros que les cedían los lugareños.

En el año 1953 la conquista del Puro creó un pique entre escaladores catalanes y aragoneses. Este curioso cigarro pegado al Pisón tenía una longitud de 160 metros y su mayor dificultad era una panza con 6b. El trío de ases hizo una primera tentativa fallida un mes antes pero una tormenta les frenó a tan solo a 15 metros de la cima. Escalando con cuerdas y zapatillas de cáñamo decidieron no arriesgarse. Pero no se desanimaron.

El siguiente encuentro con el Puro fue el 13 y 14 de julio. Se adelantaron porque los catalanes querían pisarles la cumbre. «Nos costó subir dos días. Cuando llegamos a la cumbre plantamos una bandera de España y otra de las Centurias Montañeras». Luego regresaron al pueblo y ofrecieron la cumbre a la Virgen del Mallo. «Fue a iniciativa de Bescós, que era un gran devoto».

El destino quiso que al llegar a la iglesia coincidieran las cordadas catalana y aragonesa. Allí estaban cara a cara Panyella y Salas con los zaragozanos. «Fueron muy amables. Nos dijeron que se habían encontrado con un puro fumado por otros». Después se hicieron una foto juntos en la iglesia de Riglos.