Cuatro pasos, no muy rápidos, cuerpo inclinado y la zurda no obedece a su dueño. En ese penalti que falló Messi ante Islandia se acabó el 10 en Rusia. De pronto, se volvió misteriosamente irreconocible. Hasta para él. No era Leo quien tiraba de manera horrible esa pena máxima. Parecía un clon falso. Messi lanzó a media altura y a la derecha de Hannes Halldorsson, el portero islandés del modesto Randers de la liga danesa. Falló ante ese guardameta, que hace de cineasta en su tiempo libre, un verdadero privilegiado porque de tanto estudiar al capitán de Argentina se coló «en su mente».

El fútbol, sin embargo, le ha dado un último cartucho a Messi. Último y definitivo. El triunfo de Nigeria sobre Islandia (2-0) abre la puerta de la esperanza a la albiceleste. Si la selección de Sampaoli gana a Nigeria en la última jornada podría llegar a octavos de final siempre que los islandeses pierdan o empaten contra la Croacia de Modric y Rakitic. Llevada la igualdad al grado máximo, Argentina también podría clasificarse en caso de victoria islandesa. Ahí la diferencia de goles es fundamental: (-3, los argentinos, -2, islandeses). Nadie ha estado ahí. Diríase que ni el propio Messi, incapaz de hallar explicación a esa angustia que siente cuando juega con Argentina. Messi es un verdadero misterio para Messi. No es él. Es su cuarto Mundial y, por una razón u otra, nunca ha sido quien realmente es. En el 2006, siendo muy joven (apenas 18 años), nunca creyeron en lo que ya se suponía que iba a ser Messi. Dejó, muy a su pesar, la primera imagen de esa fatalidad histórica que le persigue.

EL ENIGMA DE LA FATALIDAD / Estaba sentado en el banquillo, atormentado por no haber jugado ni un solo minuto en el decisivo duelo de cuartos de final con Alemania. Pekerman, el seleccionador de aquella albiceleste, ni le miró y prefirió sacar a Julio Cruz por Hernán Crespo. Tras acabar la prórroga, Messi se quedó petrificado, con la mirada perdida, sin pisar el césped para compartir el dolor con los suyos. Luego, en el 2010, dirigido por Maradona, o sea la sombra que le tortura a diario, ni rastro de él. Titular fue, pero nada de nada. Ni un solo gol marcó, a pesar de que ya era el mejor del mundo y uno de los mejores de la historia. Pero, por favor, no pregunten por Leo al sur del continente africano. Ni estuvo ni se le esperó. Segunda imagen de la fatalidad. El Dios Diego devoró al heredero Leo. No había consuelo para aquel contundente 4-0 de Alemania.

Cuatro años después, con Alejandro Sabella, el seleccionador que mejor lo ha entendido y comprendido, se acercó a la puerta del paraíso. Llegó a la final después de un inicio volcánico donde Leo se reencontró con Messi. Poco a poco, se fue apagando aunque protagonizó un verdadero milagro: guiar a una mediocre y gris albiceleste hasta Maracaná. Pero un error le condenó. «Un día tomando mate pienso en cómo le pegué, cómo tenía el apoyo, en lo mal que la agarré…», confesó evocando aquel tiro que rozó el poste de Neuer.

LA COPA DEL DOLOR / Imagen tres de la fatalidad. Messi, de nuevo con la mirada perdida, sube a la zona noble de Maracaná, curiosamente elegido como el mejor de la final, pero dejando de lado el trofeo de la Copa del Mundo a su derecha. Ni lo mira. Es la foto del dolor, captada por Bao Tailiang, un fotógrafo chino, que ganó el premio World Press Foto. «Pasar al lado de la Copa fue terrible», admitió también años después porque Messi nunca digiere el dolor en público de manera inmediata. Lo procesa e interioriza hasta hacérsele insoportable porque la herida de lo profunda que es lo desgarra. Así sucedió en la final de Copa América del 2016 cuando falló un penalti decisivo contra la Chile, precisamente, de Sampaoli. Cansado de perder cuatro finales (tres de Copa América y uno del Mundial), Leo abandonó.

Quizá ahora se arrepienta por volver a un lugar donde no es él, sin saber que estaba protagonizando la cuarta imagen de la fatalidad. «La selección juega como si Messi no existiera», dijo Jorge Valdano. Messi no existió ni para Messi. Se suponía que Sampaoli, que mimó al diez en la preparación del Mundial visitándole varias veces en su casa de Barcelona, iba a hacer un equipo para arroparle. Era (o debía ser) una Argentina para Leo.