Es el atleta más icónico, dicharachero y, seguramente, el más popular en la historia de este deporte. Usain Bolt quiso dejarlo en los Juegos de Río. Afortunadamente, sus patrocinadores y el británico Sebastian Coe, presidente de la Federación Internacional de Atletismo (IAAF), lo convencieron para que aguantara un año más.

El jamaicano deja desnudo el atletismo, sin un sucesor con brillo suficiente para tapar las vergüenzas del dopaje, en general y Rusia en particular. Sigue en juego la credibilidad de un deporte del que Bolt sale por la puerta grande. El jamaicano deja un rastro de plusmarcas mundiales (9.58 segundos en 100 metros y 19.19 en 200) libres de sospecha y en teoría duraderas por su extraordinaria dimensión. Se va el atleta que ha roto moldes gracias a su enorme zancada. Y, quizá lo más importante, a la actitud relajada y divertida, incluso bromista, que siempre ha mostrado. Bolt cumplirá 31 años una semana después del Mundial.

Demasiado joven para ser un viejo velocista, pese a su dolor crónico de espalda, culpable, al parecer, de su renuncia a participar en los 200 metros en la cita de Londres. La recta final de ls pista para que el Rayo pueda lucirse en su última gran competición y proclamarse también por última vez como el «hombre más rápido del Planeta» es la misma en la que hace un lustro ganó el oro olímpico. Nunca sabremos qué hubiera sido capaz de hacer en los 400 metros en la vuelta al estadio, prueba con la que nunca se atrevió.