Su infancia son recuerdos de un polideportivo y un balón bajo el brazo. Hijo de pelotari, Demetrio Lozano cruzaba todos los días la calle que separaba su casa de la Ciudad Deportiva de Alcalá de Henares para jugar con su hermano a fútbol sala, practicar atletismo, judo, balonmano y todo lo que se pusiera por delante. "Siempre estábamos jugando a algo, mi padre en el frontón y nosotros jugando a todo. Éramos de perder un balón cada semana", recuerda el alcalaíno. De jugar a todo, a jugarlo y ganarlo todo en un único deporte, el balonmano, en el que el domingo pondrá fin a 21 años en la élite para dar clases de balonmano, de qué si no, en el grado de Ciencias de la Actividad Física y el Deporte en la Universidad San Jorge. Frente al Puente Genil será la última clase del profesor Deme en el 40x20.

A veces no queda claro si es el destino quien elige a las personas o las personas quienes deciden su destino. En el caso de Demetrio ambas cosas se sucedieron en su adolescencia. "Juego a balonmano porque era muy malo a fútbol, el primer año que jugué pasaron de nivel a todo el equipo menos a mí", resume riendo, y añade la historia que le gusta poner de ejemplo a los más pequeños. "En mi primer año de cadete no jugaba, era el malo del equipo. Como era grandote me ponían de pivote, pero no jugaba. Sin embargo, con 17 años debuté en Asobal. Y hasta hoy". Y dos veces campeón de Liga, otras tantas de Champions y de EHF, y tres medallas olímpicas, todas las que ha conquistado el balonmano español.

De suplente del suplente a la Asobal y de ahí, a la élite de la élite, el Dream Team, la Bundesliga, los títulos. Y todo por un hecho, una desgracia convertida en oportunidad y trampolín. "Con 15 años me rompí el brazo, cúbito y radio. En la rehabilitación empecé a entrenar fuerza y el segundo día ya levantaba la pesa más grande. Ahí empecé a desarrollarme muscularmente, a ser capaz de chocar, moverme rápido, coordinar movimientos...". En 1993 debutó en la máxima categoría de la mano de un maestro de maestros, Manolo Laguna.

"He tenido suerte", asegura. Pero, ¿qué es la suerte? "Es estar preparado para el momento adecuado, si no te pasa por encima y no te das ni cuenta. Si estas preparado, lo puedes aprovechar o no, pero hay que estarlo". Y Demetrio está preparado, siempre ha estado preparado. Debutó en el Juventud Alcalá en 1993 y, de ahí, al Ademar. "Habíamos jugado la promoción de descenso con el Juventud Alcalá, les ganamos y el Ademar descendió pero nuestro equipo desapareció y el Ademar compró la plaza, de manera que pudimos cobrar algún sueldo más", explica.

Después, en el mejor Barcelona y en el mejor Kiel, que es lo mismo que decir en los mejores equipos del mundo. Y un fijo en la selección. "Desde 1995 al 2008 no me perdí una concentración. Con 20 años tenía una medalla olímpica". Ha jugado a las órdenes de los mejores entrenadores y junto a los mejores jugadores. "Quizá solo me han faltado como compañeros Wenta y Tuskin", rememora.

La lista de compañeros de vestuario sería interminable. "En el Barça Masip, Urdangarín, Barru, eran gente que sabían lo que era estar en el Barça porque en el Barça hay que saber estar, es una cultura, es más que un club y hay que saberlo". Después de tres años, dejó la Ciudad Condal y puso rumbo a Kiel. "En mi tercer año allí no ganamos nada y tuve una oferta bestial del Kiel. El Barça es el mejor sitio para estar si se gana pero un sitio muy duro para estar si se pierde".

Alemania era y es otro mundo. "El Kiel tiene más de cien años de historia, tiene 10.250 asientos y está lleno todos los días, todos los partidos. La sede del club tenía una sala de trofeos vieja no, lo siguiente, de madera, y veías fotos de gente con la esvástica nazi, y veías que eras una parte tan pequeña de la historia que pensabas, espabila porque si no la gente no se va a acordar de ti".

En aquel vestuario estaban algunos de los más grandes de todos los tiempos. "Wislander, Olsson y Lovgren, que eran los amos de la selección sueca. Olsson estaba como una regadera, súper simpático, Wislander era un tío muy mental, muy frío, callado y muy inteligente y Lovgren era el capitán de capitanes de todas las federaciones suecas. Era ejemplar en todos los aspectos".

De vuelta a España, su primera parada fue el último gran Portland. "Ahí coincidí con Jackson Richardson. Un tío de Isla Reunión que juega a esto lo tiene que hacer divertido y lo hacía, todo el talento para el disfrute. Ivano Balic era un talento natural enorme". Y sin dejar de ir a la selección. "Estaba Talant en la época en la que era el jefe a nivel mundial y lo demostraba cada día, tenía talento, carácter, entrenaba. No defendía ni a un juvenil, pero era capaz de ser el mejor en todo y dominaba el juego".

Después ha jugado con algunos de sus hijos, los de Dujshebaev, Kisselev, Cabanas, Puig... --"Está bien, la que le debías al padre se la das al hijo... (risas)"-- y ha trabajado a las órdenes de antiguos compañeros como Mariano Ortega. Ahora cierra una etapa pero no deja el balonmano. En verano se doctora y continuará dando clases en la Universidad San Jorge, donde emprenderá también proyectos de investigación. ¿Y más adelante? "Me veo entrenando, no sé a qué nivel. Lo que más voy a echar de menos es el día de partido, ese chute de adrenalina, de endorfinas, poner toda la carne en el asador, darlo todo. Cuando ganas ya es la leche", dice un campeón, un maestro dentro y fuera.