Se colgarán medallas y se acumularán gestas, pero los Juegos Olímpicos de Pieonchang ya tienen su imagen para la posteridad. Los deportistas de ambas Coreas desfilando en jovial comandita alrededor de una enorme bandera blanca con la península azulada en el centro y con la emocionante canción coreana Arirang. Todos los asistentes en pie y muchos anegados en lágrimas. Los representantes de ambos países dándose cómplices felicitaciones en el palco más politizado de la historia. Lo que ocurrió antes y después en la elegante ceremonia resultó ya insustancial. La tensión regresará más pronto que tarde pero la estampa perdurará.

La ceremonia desembocó en la paz con una insistencia que en otro contexto hubiera empalagado. El Imagine de John Lennon, las ubicuas palomas, las alusiones en los discursos. «Todos los atletas, todos los que estamos en el estadio o los que lo ven en todo el mundo estamos muy emocionados por este gesto maravilloso y os apoyamos en el mensaje de paz», dijo Thomas Bach, presidente del COI. El sobrio y admirable presidente surcoreano, Moon Jae-in, se limitó a la fórmula que declara inaugurados los Juegos. La jornada supone un triunfo para Moon después de meses remando contra los desmanes norcoreanos, la belicosidad estadounidense y el escepticismo de su pueblo.

La ceremonia mostró esa precisión que subliman los asiáticos y mezcló con armonía, delicadeza y agilidad los avances de una de las sociedades más tecnificadas del mundo con homenajes a los ancestros y mitos. Más de 1.200 drones formaron los cinco anillos y tampoco faltó el Gangnam Style en una ceremonia que subrayó la historia conjunta de Corea.

A Pyeonchang le sobran razones para pasar a la historia: ha organizado los Juegos con apenas 50.000 habitantes, los 2.900 atletas de 92 países convierten esta edición en la más masiva y se han recuperado los climas invernales que exigen abrigo y bufanda. Pero todo quedará sepultado bajo el fragor diplomático.

Los Juegos caminaban hacia la insustancialidad hasta que Kim Jong-un los mencionó en su discurso de Navidad como una oportunidad para la paz. Las portadas se acumularon desde entonces: las primeras negociaciones formales, el acuerdo para enviar una delegación, el desfile conjunto bajo la bandera unificada… Corea del Norte, un pequeño y empobrecido país del Extremo Oriente, ha demostrado de nuevo su dominio de la comunicación global. Ha monopolizado los focos de los Juegos cuando solo había clasificado a dos deportistas. Los enjuagues hicieron hueco a una veintena, llegados junto a un tropel de animadoras, músicos de orquesta, cantantes pop, expertos en artes marciales, funcionarios y políticos. Todos ellos encadenarán loas a sus líderes en cuanto apunte una televisión.

La participación en los Juegos supone la victoria propagandística norcoreana que Washington temía. También interesan las triquiñuelas del vicepresidente, Mike Pence, por hundirle el tinglado de la paz a Moon. Ayer se ausentó a los cinco minutos de una cena oficial para eludir a los enviados de Pionyang y son notables sus quiebros en cuanto asoman en las zonas comunes.

Lim Yo Jong, hermana del tirano, llegó horas antes de la ceremonia y fue la más seguida en el palco. Sus apretones de manos y sonrisas con Moon certifican una pausa necesaria después de meses fragorosos. Tanto protagonismo vecinal ha incomodado en Corea del Sur. Muchos pronostican que las hostilidades volverán después de la clausura y se preguntan por qué el país organizador no puede desfilar con su propia bandera o tiene que pagar la factura de casi 500 invitados.

Solo unas horas antes del inicio, el Tribunal de Arbitraje Deportivo (TAS) rechazó el recurso de apelación de 47 deportistas y técnicos rusos contra la decisión del COI de no invitarles a Pyeonchang. En consecuencia, Rusia desfiló con esos 47 deportistas menos, bajo la bandera olímpica y sin himno propio.