Puede que Eguaras corriera un riesgo excesivo al tratar de arrebatar el balón con demasiado ímpetu a Vidal. Quizá, sabedor de que ya llevaba una cartulina amarilla, no debía haber ido al suelo a buscar ese corte. Tal vez el centro del campo no era la zona más adecuada para exponerse. Pero señalar al mediocentro del Real Zaragoza por medir mal debe llevar consigo de forma obligada hacer lo propio con la decisión arbitral. El castigo, no cabe duda, fue exagerado.

Para desnivelar la balanza de ese modo en un encuentro tan igualado, la expulsión ha de ser flagrante. Indiscutible. Diáfana. No fue el caso. La entrada de Eguaras es, si acaso, una falta discutible, pero nunca merecedora de tarjeta amarilla. Y mucho menos si es la segunda y supone la expulsión de un jugador con medio partido todavía por delante.

La decisión es, en fin, tan trascendente y las consecuencias tan graves que no puede haber rastro alguno de duda. No la tuvo Rubén Ávalos Barrera, que mandó a la ducha a Eguras y dejó al Zaragoza herido de muerte. No hacía falta un valiente más sobre el terreno de juego. Ya había bastantes.

El catalán, debutante en la categoría, fue un novato atrevido. Su medida le catalogará en el comité como un colegiado corajudo que no dudó en tomar una decisión de semejante calado en un partido tan importante. La tomó, claro, a favor del equipo local en un campo lleno y con la rivalidad a flor de piel. Valiente novato.

Ganó Osasuna porque el Zaragoza lo regaló todo. En su área y en la del rival. Arriba y abajo. Dorado y Álvaro. Pero también porque esa expulsión apenas reanudado el encuentro obligó a un descomunal desgaste a los jugadores del conjunto aragonés y eso provoca más cansancio, lo que, a su vez, merma la efectividad en el pase, en el control, en el despeje -como el fallido del central cordobés en el gol de Villar-, o en la definición, nefasta en el caso de Álvaro casi al final.

Se quejó Víctor y también los jugadores del exceso de celo de Ávalos. Tienen razón. Como la tendría el árbitro en recriminarles a ellos sus garrafales erorres. De todo ello fue consecuencia la primera derrota del Zaragoza de Víctor fuera de casa.

UN EQUIPO LIMPIO

No. No fue el árbitro el que impidió ganar ayer al Zaragoza. Pero quizá tuvo mucho que ver en que perdiera. Porque también él se equivocó. O, al menos, corrió un riesgo excesivo al dejar al equipo aragonés con uno menos en una decisión que un colegiado más experimentado y más galones habría madurado mejor. Quizá por la osadía de sus 31 años. Quizá por una cuestión de transmitir determinación, firmeza y severidad. Narices. Agallas. Bemoles. Llámenlo como quieran. El caso es que el árbitro catalán tiró para casa no solo en esa decisión sino en otras faltas y castigos disciplinarios.

También fue la primera expulsión sufrida por el conjunto aragonés lejos de La Romareda. Y la segunda en todo el campeonato. De hecho, el Zaragoza es uno de los equipos más limpios de la competición. Solo Albacete, Osasuna y Deportivo han visto menos cartulinas amarillas que los aragoneses. Eguaras, cuya segunda amonestación será objeto de alegaciones por parte del club aragonés, se fue a la calle con medio encuentro por delante por «derribar a un contrario en la disputa de un balón de forma temeraria», según redactó el trencilla en el acta.

Antes, al borde del descanso, había cometido falta sobre Rober «cortando un ataque prometedor», lo que le supuso la primera amarilla. Así, en cinco minutos, el navarro vio las dos tarjetas y se marchó. Ninguno de los defensas de Osasuna fue amonestado y las innumerables batallas con Linares se saldaron con una única tarjeta. Para el zaragocista, claro. No corrió riesgo alguno ahí. La valentía de Ávalos Barrera consistió en un castigo inmerecido y cruel. Como las novatadas.