El Real Zaragoza es un ejército de valientes. Un escuadrón de soldados valerosos que parecen no conocer el miedo. Solo así se entienden muchas cosas, como una segunda vuelta descomunal, la capacidad para rehacerse tras las escasas derrotas sufridas durante ese periodo y, sobre todo, la extraordinaria fortaleza exhibida cuando más lo ha necesitado. Dicen que nunca sabes lo fuerte que eres hasta que ser fuerte es tu única opción. Y bien podría aplicarse el dicho a un Zaragoza que da miedo. Sobre todo, por su valentía.

En Barcelona, con un equipo plagado de suplentes y ante un rival herido en su joven orgullo, el Zaragoza ganó por dos pero bien pudo golear. Dejaron impronta los aragoneses de ser un equipo mecánico, casi autómata, incapaz de desviarse un milímetro de la senda que le llevará al paraíso. Ganó y acabó tercero porque lo mereció más que nadie. Por fuerte, por valiente, por narices.

Y no era fácil exhibir todo ese poderío apenas unas horas después de saber que su entrenador se ha comprometido con otro equipo. No fue un drama para el vestuario, pero sí una noticia desagradable. Sobre todo, porque no tocaba. Natxo dice que no tiene firmado. Solo faltaría. Pero debió emplazar cualquier conversación o negociación al final de temporada. Ahora solo debe existir el Zaragoza y el ascenso merece la atención total y absoluta de todos: plantilla, director deportivo (por cierto, en ambos casos también con interés de varios clubes) y entrenador.

Pero el vestuario volvió a conjurarse para centrarse solo en la batalla. Como hacen los valientes. A ello ayudó decisivamente Lalo con una rueda de prensa ejemplar en la que volvió a demostrar que el zaragocismo no puede estar en mejores manos. Su intervención fue impecable por el cuándo, el cómo y el porqué. Lalo que, como los jugadores, ya se había jugado la cara por el técnico cuando tenía pie y medio fuera, volvió a hacerlo. Otro valiente. Como el acero.

Y luego está la afición. Entregada como siempre, hambrienta como nunca. Valiente. Pero he de confesar que yo, cobarde, siento miedo. O será vértigo ahora que todo está tan cerca. Supongo que forma parte de la condición humana pensar en que algo puede ir mal cuando todo marcha sobre ruedas en lugar de disfrutar del momento. Unos me llamarán pesimista y otros cenizo. Hay quien, eso sí, comparte ese miedo y defiende que todo está vinculado al lustro de zozobra, agonía y desazón en el que lleva sumido el zaragocismo. Quizá todos ellos tengan razón. Sí, será miedo. Pero advierto a los que crean que pueden sacar partido de ello: Tenemos detrás a un ejército de valientes dispuestos a entregar el alma. Puede que sea cobardía, escepticismo o inseguridad. Puede que sea solo pavor al pasado. O al futuro. O quizá sea todo lógico a estas alturas y con tanto en juego. En todo caso, convendría adquirir la dosis de valentía que merece ese ejército que lleva el orgullo por bandera. Es la hora.