No la reclamará nunca porque tampoco cree que le pertenezca. Piensa todo lo contrario. No considera Ernesto Valverde que esta Liga sea suya. Ni mucho menos. Es propiedad de Messi, reinventándose un año más, ofreciéndole registros nuevos a un juego infinito. Aunque, en realidad, sí le pertenece al técnico, que sigilosamente ha construido una obra faraónica. Aunque no se le reconozca. A él le da igual. Tampoco lo busca.

Su trabajo de hormiga ha permitido construir dos Ligas casi perfectas, capaz como ha sido el Barça de dominarla de forma tan dictatorial que solo haya perdido tres partidos en las 73 jornadas que ha disputado: Levante el curso pasado con el título ya en la mano y Leganés y Betis en este. Valverde no habla. Valverde actúa. Él no genera problemas; él los soluciona. Ni un incendio ha provocado. Y se pierde la cuenta ya de las veces en que ha apagado llamas con su tradicional sensatez y sentido común: Dembélé, Arturo Vidal, Coutinho...

Es la Liga de Messi, como todas las que se han ganado en la última década. Pero es también la Liga de Valverde, un técnico que parece anónimo, obsesionado como está en no trascender sino en dejar que los hechos hablen por él. Reconstruido el Barcelona, dolido en su autoestima porque vio que el París SG le quitó a Neymar, tuvo que convivir con el drama de la derrota de Roma, mientras tejía su nuevo dibujo para el segundo curso. Dos años, dos Ligas con el Txingurri.

No hay debate porque el Madrid de Zidane, que fue tres veces campeón de Europa, dimitió en el invierno pasado. No hay debate porque el Atlético de Simeone quebró la rodilla en la primavera. Incapaces ambos de seguir la indestructible potencia del Barça en el día a día. Ni se aburre de ganar ni se cansa de trabajar. Por mucho que incluso se le mire (y trate) con cierto desdén, prisionero de la nostalgia de un tiempo que no volverá. Hace ya 10 años que se alcanzó la perfección. No hubo nada igual al Barça de Guardiola que holló el Everest en el 2009 con el sextete. No existió antes. Ni existirá después.

Los supervivientes que aún quedan de aquella constelación de planetas que se dio en el Camp Nou (Messi, Piqué y Busquets) son los primeros en saberlo. Y Valverde lo asume con la naturalidad que le caracteriza. Son otros tiempos, otro fútbol, otro estilo dentro de una misma filosofía que ha cambiado la jerarquía de la Liga española en los últimos 30 años. Antes de Cruyff, mandaba el Madrid. Después de Johan (1988), gobierna el Barça, impulsado por un extraterrestre (Leo) que ha conectado con una persona sencilla (Ernesto). A su manera, sin levantar ninguno la voz, han edificado una monstruosa trayectoria en la Liga aplastando al madridismo, que tenía antes el refugio de las Champions (ahora ni eso), sin dar vida a que el cholismo resurgiera.

DOMINIO ABSOLUTO

Monstruoso resulta que el Barça haya sido líder en 67 de las 73 jornadas que ha jugado con el entrenador azulgrana en el banquillo. En las otras seis restantes, fue segundo, prueba de su extraordinaria competitividad. La fuerza del día a día se ha llevado por delante el postzidanismo. Lopetegui y Solari terminaron engullidos por el Barça de Valverde. Uno en octubre; otro en marzo. No sabes cómo, pero el Barça, capaz de corregirse en los descansos, te aplasta por su perseverancia y fiabilidad. Compite el equipo como si no tuviera nada en el museo. Pelea cada partido, además de extraer soberbias versiones, más allá de la sobrehumana de Leo, de jugadores esenciales como Piqué, Alba, Ter Stegen, Rakitic, Lenglet…. Es el triunfo del Txingurri.