Existen numerosas modalidades deportivas. Desde el mar al aire, individuales o colectivas. Solo hay una particularidad que las aúna bajo un mismo estandarte: el deporte no entiende de sexos. En la mayoría de deportes de contacto la luz mediática es tenue y, para algunas de sus disciplinas, prácticamente imperceptible. Un ejemplo es el kickboxing. Todavía cohabita en ese submundo del anonimato, al más puro estilo Mad Max, aunque, poco a poco, comienza a coger forma y ganar adeptos.

Elena Escrihuela se levanta a las 5 de la mañana para acudir a su trabajo en el sector de la logística. Cuando el reloj señala el final de la jornada, todavía queda mucho día por delante. Acude al gimnasio, se enfunda la ropa de entrenamiento y, durante unas horas, se libera de todas las responsabilidades rutinarias. «Es un deporte muy exigente, que requiere un alto nivel de técnica, pero que, en cuanto se coge el truco, es divertido. Cada entrenamiento es genial para olvidarse de las preocupaciones», explica Elena.

Un día, en 2013, unos amigos le comentaron la posibilidad de hacer kickboxing. Por aquel tiempo, no contaba con la masa social actual. «Me dijeron que me gustaría y, como soy muy movida, me apunté a un gimnasio a probarlo». Ha pasado un lustro desde que se puso los guantes, cuando tenía 30 años. Ahora, con 35, Elena figura en el top tres de luchadoras de kickboxing en España.

En su currículo presume de dos medallas de bronce a nivel nacional y varios campeonatos de Aragón. Grandes logros para una deportista que inició su carrera en los tatamis más tarde que muchas rivales. «Todo comenzó como un hobby y ahora soy profesional. En los Campeonatos de España fue donde me percaté de mi evolución. Llegar al podio en poco tiempo fue una satisfacción muy grande porque me enfrenté a luchadoras que dedican muchas más horas a entrenar».

La disciplina es un pilar del deporte. En el kickboxing no es una excepción. Sin embargo, Elena ya sacó matrícula en esa asignatura hace mucho tiempo. La equitación es uno de sus primeros recuerdos. Ahí empezó todo. Cuando cumplió los seis años ya destacaba en competiciones hípicas. 16 años después, cambió de montura. Pasó de controlar unas riendas a conducir una moto de circuito. Tardó poco tiempo en coger soltura sobre las dos ruedas, e intentó probar suerte en torneos oficiales. Sin embargo, el alto montante económico que requiere le apeó de los torneos. Hoy sigue contagiada por la fiebre del motor participando en varias carreras amistosas.

En ese momento no sabía que su vida deportiva pegaría un giro de 180 grados. Los valores de esfuerzo, respeto y camaradería son la esencia del kickboxing, cualidades por las que Elena se enamoró de esta arte marcial. «Mucha gente cree que solo consiste en dar puñetazos y patadas. Se ha vendido esa fama, y es falsa. El compañerismo es lo importante, incluso más que la propia persona. Somos una gran familia», explica.

Nunca le resultó complicado compaginar la vida laboral con el resto de responsabilidades. «Mi infancia fue estudiar y entrenar. Cuando crecí, ese hábito prácticamente era el mismo: trabajar y entrenar. Los primeros meses en el kickboxing no fueron fáciles. Tuve que aprender muchas normas y técnicas nuevas. Mis años de equitación y motociclismo me ayudaron en mi proceso de adaptación».

Elena se inscribió en el club Kim Il, federado en la delegación aragonesa de kickboxing. Cuando empezó apenas había mujeres inscritas y, cinco años después, esa cifra ha aumentado, aunque no cuantiosamente. La delegación aragonesa cuenta con más de 250 luchadores federados, de los cuales solo unas 50 fichas son de mujeres. «Somos pocas. No obstante, mucha gente se apunta en gimnasios que no están federados, solo por practicarlo. Al estar fuera, no pueden participar en torneos. Esto conlleva que, al final, siempre coincidimos las mismas personas en las competiciones regionales», afirma. Por otro lado, el número de niños, independientemente del sexo, sí que ha aumentado en estos últimos años. «Si continúan entrenando, lo más seguro es que, en un tiempo, los veamos combatiendo en torneos».

Por edad, Elena Escrihuela es una veterana. Su sensación, en cambio, es que le queda cuerda para rato. Sueña con pisar los tatamis europeos y mundiales. Un deseo ahogado por la rutina y el escaso patrocinio que recibe este deporte. Aun así, tiene una férrea mentalidad. «Seguiré disfrutando mientras pueda de algo que me ha dado mucho y me ha cambiado la vida».