Este verano será recordado, sin duda, como uno de los mejores en la historia del deporte femenino español. El tricampeonato mundial de bádminton de Carolina Marín, la plata de la nadador Jessica Vall, el tercer puesto del equipo de natación artística (antes sincronizada) o los bronces conseguidos por la selección de hockey hierba en el Mundial y por Júlia Takács en los 50 kilómetros marcha del Europeo (además del oro de María Pérez o el bronce de las maratonianas), son solo unos ejemplos más de una corriente que ya es difícil ignorar: el deporte femenino lleva años generando resultados.

Los éxitos de los últimos tiempos de Marín, de Lydia Valentín, de la selección de baloncesto (seguramente el segundo mejor equipo de los últimos años tras Estados Unidos), del combinado de waterpolo, de Garbiñe Muguruza o de Mireia Belmonte, por citar unos ejemplos, son solo la punta de lanza de esa corriente en la que, a pesar de todo, la desigualdad en cuanto a recursos y visibilidad con respecto a los chicos sigue siendo sangrante.

La variedad de deportes en los que se han conseguido éxitos es sorprendente. Disciplinas con una representación y soporte institucional prácticamente testimonial en España, ya no digamos en el ámbito femenino, como la halterofilia, el bádminton, el hockey sobre hierba, el piragüismo o el windsurf, han dado algunas de las más grandes alegrías de los últimos tiempos. El último éxito ha llegado de la mano de la jovencísima Telma Cester, una chica de Castelldefels que con solo 13 años se acaba de proclamar en Milán campeona de Europa absoluta de wakeskate, una modalidad de deporte náutico mezcla de esquí acuático y skateboard. Por ello, hay que valorar el esfuerzo individual y colectivo de unas mujeres que, con un apoyo sensiblemente inferior, han alcanzado metas que se antojaban inalcanzables hace solo unos años.

Carolina Marín, ejemplo de un cambio

Uno de los casos paradigmáticos es el de Carolina Marín, que con 25 años ya es tricampeona mundial, tetracampeona europea y oro olímpico de un deporte, el bádminton, sin arraigo en España. Ha sido capaz de, no solo hacer frente a lo que ella misma ha llamado "el imperio asiático" -22 de las 25 primeras del ranking mundial son de ese continente-, sino de destacar entre todas ellas hasta llegar a ser considerada una de las mejores de la historia.

La tricampeona del mundo de bádminton, Carolina Marín / FRANK CILIUS (EFE)

Marín ejemplifica el cambio de mentalidad del deporte femenino español, la transformación necesaria para competir al más alto nivel. La de Huelva lo explicó la semana pasada en la recepción del Consejo Superior de Deportes (CSD), presidida por primera vez por una mujer, la exesquiadora María José Rienda. "La parte mental fue el punto de inflexión para ganar el campeonato. Tenía mucho miedo a perder. Entrenamos muchísimo la parte psicológica antes del Mundial".

Demandas históricas

Como es lógico, los triunfos hacen aflorar las demandas históricas del deporte femenino. "Ahora estamos en lo más alto, aunque todavía es importante que los medios de comunicación sigan apoyando", explicó Carolina Marín.

Júlia Takács, española de origen húngaro, se hizo con el bronce en los 50 kilómetros marcha de los Europeos de Berlín, una prueba que es una reivindicación en sí misma, pues fue la primera vez que se disputaba sobre esa distancia, cosa que antes solo hacían los hombres por ser considerada demasiado dura para las mujeres. La barrera final sería derribada si la prueba termina siendo anunciada disciplina olímpica, como Ainhoa Pinedo, séptima en la competición, ansía. "Esperamos que ocurra porque sería una gran oportunidad para nosotras poder disputar unos Juegos Olímpicos", reclamó. En estos Europeos de atletismo también triunfaron María Pérez, oro en 20 kilómetros, y Ana Peleteiro, bronce en triple salto, además de las maratonianas.

Hay quien dice que la falta de apoyo a esos deportes minoritarios entra dentro de lo normal, pero eso es quedarse en la superficie del problema. Deportes de gran tradición en España como el fútbol o el baloncesto tampoco gozan de un apoyo equivalente al de sus colegas hombres. El problema, por tanto, no es únicamente de tradición o falta de la misma.

Las cifras hablan. Conforme a datos de 2016 del Consejo Superior de Deportes, solo una de cada cuatro fichas federativas en España corresponden a mujeres. Por no hablar de la diferencia de interés suscitado en los medios de comunicación. Según Clara Sainz de Baranda, profesora del departamento de Periodismo y Comunicación Audiovisual de la Universidad Carlos III de Madrid, solo en poco más del 5% de las casos la mujer es el sujeto noticioso de las informaciones en la prensa deportiva impresa.

En alza desde Barcelona 92

Se suele decir que los Juegos Olímpicos de Barcelona 92 supusieron el gran impulso para el deporte femenino al más alto nivel, el acicate que necesitaba un universo que no había sido tomado en serio hasta ese momento. Miriam Blasco, con su oro en judo en esos juegos, demostró que una mujer formada y entrenada aquí podía competir y ganar al más alto nivel.

Desde aquel momento, las cotas del deporte femenino han ascendido a alturas impensables, superando al deporte masculino en lo que a palmarés se refiere en los dos últimos Juegos Olímpicos -en Londres 2012 las mujeres se hicieron con 11 medallas por 6 de los hombres, y en Río, 9 y 8 respectivamente-.

Sin embargo, como hemos visto, las diferencias entre el deporte masculino y el femenino son todavía evidentes. Jose Guirao, ministro de Cultura y Deporte, dice estar dispuesto a revertir la situación. "Desde el principio, al llegar al ministerio, he hecho hincapié en dos cosas fundamentales del programa: primero, el deporte femenino, intentar equipararlo a lo largo del tiempo al masculino en visibilidad y recursos; segundo, el deporte para personas de otras capacidades. Son dos retos muy complicados", aseguró durante la recepción a la selección de fútbol femenino sub-19, que se proclamó campeona de Europa.

La dificultad de llegar a la igualdad

Conseguir la equiparación no será fácil. El mercado del deporte femenino, sobre todo en el caso de de las especialidades de equipo, es sensiblemente más pequeño que el masculino, con la consiguiente diferencia de visibilidad y de recursos económicos y publicitarios. En este contexto, las palabras del ministro pueden parecer un brindis al sol si no vienen acompañadas de medidas concretas y si las empresas, los clubes y las federaciones no se involucran en traducir los dichos a hechos.

La Federación Española de Fútbol (RFEF), por ejemplo, tras las críticas recibidas por no haber invitado a la Reina en la copa que lleva su nombre y la ausencia de prima económica por ganar la misma, se ha propuesto lavar su imagen después de los años de ostracismo a los que relegó a lo femenino la dirección capitaneada por Ángel María Villar.

Luis Rubiales, nuevo mandamás de la RFEF, y su equipo, aseguran que la “profesionalización del fútbol femenino es una de sus grandes prioridades”. El tiempo dirá si estas declaraciones son puro márketing o si detrás hay algo más. Por el momento, el combinado femenino sub-20 tiene una gran oportunidad en el Mundial que se disputa en Francia, donde ya está en semifinales.

El CSD con su programa Universo Mujer y algunas empresas mediante financiación y ayudas a distintas federaciones, ya han dado pasos para dar relevancia a la mujer en el deporte, aunque sin políticas efectivas de equiparación y educación, la igualdad en el deporte seguirá siendo una quimera.