Fue un festival de despejes al centro, sacrilegio por excelencia del fútbol, de pases defectuosos, de cortes que no cortaban jugadas, sino que devolvían la pelota al rival. Se sucedió un despropósito tras otro de los defensas zaragocistas; afortunadamente también un fallo tras otro de los atacantes del Tenerife. La defensa fue, otra vez, una verbena, y los últimos minutos, en los que llegó el acoso del Tenerife tras el empate, fueron el colofón a la desastrosa actuación atrás del equipo en la isla. En ese tiempo remató el conjunto local tres córners consecutivos --y hubiera rematado diez si los hubiera sacado-- ante la aquiescencia de Laguardia, Arzo y compañía; el gol no llegó de milagro. A Arzo, el hombre que había traído serenidad y solidez a la línea defensiva desde su aparición en Gijón, se le esperaba como agua de mayo, pero no pudo influir sus virtudes a sus compañeros; más bien se contagió de ellos.

Las bandas fueron un paseíllo con alfombra para laterales y extremos del Tenerife, que cogieron la espalda una y otra vez a Fernández y Rico. Suso pareció Navas en la banda derecha y mareó al lateral izquierdo zaragocista. Al burgalés le tocan siempre los mejores atacantes del rival, o quizá es que los atacantes le buscan a él. Su espalda fue la principal fuente de jugadas de peligro del Tenerife, especialmente en la primera parte, en la que desde su lado llegaron varios pases de la muerte que Franco y el azar desbarataron casi siempre. No así en el gol, en el que Suso puso desde la derecha un centro medido. Demasiado fuerte, diría Laguardia, al que ese envío le pasó una cabeza por encima. El problema es que a su marca, Juanjo, no le ocurrió lo mismo. Fernández ni siquiera andó fino en ataque, donde acostumbra a combinar con acierto. Ayer confundió colores a menudo; una de esas veces le regaló a Ayoze un balón en las afueras del área que no tuvo un final triste de milagro. Fernández no pudo nunca con la estrella tinerfeña, y no tuvo ayuda de Luis García, que no está para grandes esfuerzos defensivos. Tampoco Montañés socorrió a Rico.

"Se acabará el debate sobre mí si hago un buen partido ante el Tenerife", decía Laguardia esta semana; está claro que de momento los contertulios no dejaran de platicar sobre él. No apareció la sobriedad atrás del primer mes del año, razón principal de la mejora del equipo. Como ante el Barça B y el Lugo, queda el consuelo de que faltaban piezas de aquel puzzle que consiguió echar el candado atrás. Si en los dos partidos anteriores no estuvo Arzo, ayer faltó Álvaro. Y también Cortés. Los optimistas pensarán que puede que cuando ellos vuelvan todo encaje de nuevo. Falta hace.