Ranko Popovic se comerá los turrones muy tranquilo. Cuatro partidos después de su fichaje, el Real Zaragoza llega al parón por la Navidad con un notable balance personal de ocho puntos de doce posibles y todavía invicto: dos victorias, las dos en casa, y dos empates, los dos fuera. Todo ha sido muy excesivo este mes alrededor de la figura del entrenador serbio, al que por simple contraposición con Víctor Muñoz, con quien había viejas y numerosas cuentas pendientes, se ha elevado a la categoría de líder espiritual del zaragocismo. En la cercanía, Ranko es un tipo muy normal, sensato, con sentido común, que sabe bien el terreno que pisa, lo que quiere, lo que está en su mano y lo que busca, lo alcanzable y lo quimérico. Tiene los pies en el suelo. En apariencia, más que quienes han pretendido hacerle volar hasta el olimpo de los dioses zaragocistas nada más aterrizar en tierra aragonesa.

De estos cuatro partidos, de Popovic hablan muy bien los resultados, que iban de mal en peor y ahora rozan el sobresaliente. También que el equipo tiene otra intención. Estar en contacto directo y continuo con el balón a pesar de que, hasta ahora y de facto, ha sido más un objetivo que una concreción, más allá de la primera parte ante la Ponferradina y la segunda contra el Girona. Con el serbio Whalley mantiene la titularidad, el papel pensado para Galarreta es más protagonista, aunque ni por asomo ha alcanzado el rol de actor estelar que se le ha otorgado y la incorporación de los laterales es mucho más constante. Rico y Fernández no son simples defensas, dan amplitud y lucen más (ayer el centro del estupendo gol de Pedro salió de las botas del cordobés casi en la línea de fondo). Con Ranko el equipo siempre ha tenido tensión competitiva y ha hecho de su extraordinaria pegada su principal arma, la gran virtud de esta plantilla y el aval más serio para pensar en el Zaragoza como un candidato verdaderamente sólido al ascenso.

En este mes con un nuevo técnico, el equipo ha continuado recibiendo goles con demasiada facilidad, ha seguido sin controlar partidos que debía haber controlado mejor ni rematándolos cuando ha tenido ocasión, por pequeña que fuera, como ayer en Miranda. El Zaragoza no ha jugado de salón ni ha hilado fútbol limpio con continuidad. El peligro hacia la portería contraria, como seguirá siendo de aquí al final de Liga, ha nacido fundamentalmente de los robos en tres cuartos y del aprovechamiento de los espacios con defensas mal colocadas. La Segunda es así. Aunque la intención es más romántica, y por tanto más plausible, el fútbol ha mejorado solo ligeramente. Eso sí, los resultados son estupendos. Y nada importa más que eso.