Es el Real Zaragoza, renacido de repente. Más de uno se había olvidado, otros ni lo habían visto. Con razón, cómo no. Tantos años en Segunda, tantas lágrimas, tantos enfados, todas esas miserias... Ayer, sin mediar aviso, resucitó en el Tartiere con un partidazo antiguo, el mejor de este quinquenio negro sin duda. A la sexta, esta vez sí, parece que va muy en serio. Zarandeó al Oviedo en una representación de fútbol exquisito, de compromiso, responsabilidad, madurez y goles. Marcó cuatro bien distintos, bien bonitos, con el premio repartido para el ariete recién llegado, para el sacrificado central que se ha zampado dos meses fuera de sitio, para la pantera, para el niño que ha venido a comerse el mundo.

Más allá del resultado, que lo dice todo, el encuentro dejó la sensación de que este Zaragoza no es el que se quedó a las puertas del ascenso en las islas, ni siquiera el que se exhibió en una segunda vuelta insuperable hace cuatro días. Nada que ver. Este equipo viene hecho, da más miedo. Es un lobo feroz hambriento, calculador pero insaciable. «No tenemos miedo a decirlo en voz alta», afirmó Álvaro Vázquez nada más concluir el partido. ¿A decir el qué? Ya se sabe, que el Zaragoza va con todo a por el ascenso, sin excusas ni complacencias. Conforme se le ha ido cerrando la plantilla, el bloque ha mejorado. Ayer, con su estupendo delantero ganando minutos y cada uno en su sitio, se dio un gustazo aplastando al que se supone uno de sus rivales directos.

Idiakez había concluido siete días atrás que el Zaragoza le habría ganado el partido a Las Palmas si hubiese jugado en otra categoría. Es un decir, claro, pero en términos absolutos se refería el entrenador al VAR, a la ausencia de este elemento llegado para cambiar por siempre el fútbol y que muestra, entre otras cosas, lo que los ojos de los linieres no aprecian. No vio el asistente el evidente fuera de juego con el que Rafa Mir empató en La Romareda. Sí lo vio ayer equivocadamente el banderín del riojano Ocón Arráiz que habría supuesto el 0-2. Cuando Gual se la iba a dar a Álvaro para liquidar el asunto, el gallardete se vino arriba y el Zaragoza se quedó sin el premio gordo al intermedio. Se fue desconfiado a descansar antes de ejecutar su plan completo, ese tan codicioso que suele manifestar en La Romareda.

Hasta el banderazo aquel del minuto 35, el equipo aragonés le había pegado un baile de miedo a su solemne rival. Casi nada que objetar al Zaragoza desde el inicio. En cuatro minutos había lanzado dos córners, una falta intencionada de Zapater y un disparo de Verdasca. Se había echado encima del Oviedo, apabullándolo bien cerca de su área. Apretó hasta arriba al equipo de Anquela, provocando pérdidas, generando muchas dudas en las filas enemigas con ese trabajo solidario nacido del tridente ofensivo que tiene pinta de convertirse en la seña de identidad zaragocista de la temporada.

Desde bien pronto se pareció al equipo valiente que en su primer día contó Idiakez. Solo le faltaba que funcionara una conexión para que en el marcador apareciera la superioridad, de verdad inmensa, que había en el campo. Javi Ros, soberbio desde la pretemporada, imperial ayer en ese espacio que es más suyo, dibujó un pase a la espalda azul para que Álvaro Vázquez hiciese la diferencia con la zurda. Pareció simple, fue un golazo del lobo, que dejó correr el bote para acariciar el balón hacia el palo lejano con talento, un sutil zarpazo que hizo sonar las cornetas.

Al ataque se fue el Zaragoza ante ese Oviedo incrédulo al que perdonó dos veces Marc Gual, al que después, ya dicho, salvó el árbitro. Daba igual. Era superior, sobresaliente, mucho mejor. Anduvo ajustado en todas las líneas, con los conceptos individuales claros, siempre afilado para el contragolpe que le daría la gloria más tarde, cuando había entrado el segundo tiempo para resarcir a Verdasca de las angustias de su pretemporada en la medular. El luso mandó a dormir un córner de Igbekeme que obligó a Anquela a remover toda la estructura de su equipo. Sería tarde. En el minuto 53, el Zaragoza había liquidado a su rival (0-2).

Después, no se afectaría con las alteraciones lógicas propuestas enfrente. El rodillo no paró, ni siquiera cuando Idiakez abrió el banquillo. Aguirre tuvo metros para lucirse en la izquierda y James sumó su primer tanto como zaragocista tras un pared con Pombo que finalizó adornándose con maravilosa frialdad. Ya había salido también Soro para cerrar de cabeza una goleada que augura el final de la pobreza. Este Zaragoza renacido no solo es superior al de los últimos años. Este Zaragoza, además, mejorará. Seguro, al tiempo. Como para no tomárselo muy en serio.