Muchas veces equivocamos el orden de los factores y deberíamos haber aprendido a no hacerlo con todo lo que el pasado reciente nos ha enseñado. Lo fundamental en un profesional que vaya a trabajar por y para el Real Zaragoza es que esté capacitado, que sea bueno en lo suyo, trabajador y tan honrado como los vicios del fútbol permitan. Si aglutinando estas virtudes además es aragonés y zaragocista, el perfil alcanza el grado de idoneidad. Pero sin las primeras condiciones, las segundas quedan sin efecto. Ejemplos de atroces servidores del club en los últimos años, e indudablemente zaragocistas de cuna y aragoneses de nacimiento, hemos tenido muchos. Bandrés, por ejemplo.

Así que usemos la cabeza, no solo el corazón. El Real Zaragoza necesita buenos profesionales, sean de donde sean. Si luego son de aquí, tanto e indiscutiblemente mejor. Pero lo principal es que su preparación esté fuera de duda. Este es el caso de Víctor Muñoz, que hoy se hará cargo del equipo en sustitución de Paco Herrera. Víctor ha sido la primera opción de Pitarch en todo momento. Si no hubiera sido él, hubiese sido Larraz. No había más planes, sí ofrecimientos. Estamos ante un extraordinario entrenador, de profundos conocimientos tácticos, trabajador estajanovista, full time de su profesión, hombre de carácter, con peso histórico específico, intuitivo y exigente consigo mismo y con sus futbolistas.

Con su contratación, la SAD ha hecho un gran fichaje y un movimiento inteligente, justo con el recuerdo de la Copa del 2004 en carne viva. Hay tiempo para todo, también para ascender. Su fichaje es un acierto estratégico como figura aglutinadora, pacificadora y de consenso. Y también un acierto desde el punto de vista técnico. Víctor Muñoz es aragonés y zaragocista, pero sobre todo y ante todo un profesional estupendo.