En el fútbol, lo verdaderamente relevante es el nivel futbolístico de los equipos y de sus jugadores. Más que ninguna otra cosa. Sin calidad, nada es posible. Sin embargo, Víctor Fernández sabe perfectamente que estamos ante un deporte emocional y, por lo tanto, con una elevadísima capacidad para cambiar e influir en los estados de ánimo. El entrenador aragonés utilizó una parte importante de su rueda de prensa previa al partido de hoy contra el Málaga para lanzar mensajes unidireccionales. Uno: «Si abandonamos la prudencia y la humildad cometeríamos un gravísimo error». Dos: «Estamos en una situación peligrosa y mala». Tres: «No se puede pensar todavía en nada más».

Como capitán general de una tropa detrás de la que caminan miles de fieles que han recuperado la fe en sueños perdidos, Fernández quiso echar el freno a la euforia que han provocado las dos victorias en los dos partidos que lleva dirigidos, encuentros en los que el contraste con la etapa de Alcaraz fue asombroso.

Como solo sucede en el fútbol, la ilusión se ha disparado de nuevo. Ya no tanto por los triunfos, que también, sino por las aptitudes mostradas por el Real Zaragoza estas dos últimas jornadas, nada que ver con aquellas tardes desoladoras. El equipo sigue a solo un punto del descenso. El trabajo de un técnico consiste en que el exceso no se instale dentro del grupo. Lo de fuera es un volcán de emociones que vinieron y se fueron, que vienen y van y que vendrán y se irán.