Bien es sabido que el asunto de los cambios y Víctor Muñoz es digno de controversia en el mundo zaragocista prácticamente todas las semanas. Se ha extendido la idea --con razón o sin ella, que eso va a gustos-- de que el técnico aragonés no es capaz de hacer una buena lectura de los partidos al momento. Es decir, que no entiende lo que necesita el equipo puntualmente y que precisamente esa visión le inclina a elegir mal las sustituciones. Puede ser, habría mucho que debatir por ahí. No lo fue ayer, en todo caso, la tarde en la que se llevó la mayor pitada de la campaña por su primer cambio --no se cuenta el de Rubén, claro, tan obligatorio como inoportuno--, cuando La Romareda se levantó hosca --"burro", le decían-- para protestar la marcha de Galarreta. También la entrada de Lolo, sin duda. Víctor se mantiene fiel a su ideario. Es de sobra conocido en Zaragoza por esa cabezonería tan propia de la tierra, por esa personalidad segura que le ayuda a mantener firmes sus criterios, al menos en lo que al fútbol se refiere. No es permeable, así que es difícil que le calen los debates recurrentes del día a día. Ni le acongoja una pitada segura. Y cree en Lolo, al contrario que el aficionado común, como ha demostrado en varias ocasiones utilizándolo en el centro de la zaga. "Los profesionales somos los que sabemos cómo están los jugadores en cada momento y para eso estamos, para decidir", repite sin fatiga. Lo cumple.

Acertó ayer, no hay duda, en uno de esos cambios tan arriesgados, como ya hizo la tarde que Rubén la pagó con el cielo del banquillo. Se llevaban esta vez solo cinco minutos de la segunda mitad y sentó a Galarreta, uno de esos chicos favoritos de La Romareda. Uno de los intocables, por decirlo así. Metió a Lolo, alteró el orden y cambió el partido. Le ayudó, obviamente, el ritmo cambiado que adoptó el juego, con un ir y venir tan distinto y conveniente. Y le ayudó el jugador, que entendió perfectamente cuál era su función, con ese aire de distinción que adorna a los futbolistas veteranos.

No se quitó ni un balón de encima y encontró además pasillos por los que hacer daño al Betis. Sobra decir que reforzó el balance defensivo en un momento en el que, tras el 1-2, el equipo se quedó prácticamente con tres atrás. ¿Fue todo Lolo? No. Quizá fue más el cambio táctico que introdujo el entrenador, que cerró con tres atrás, entregó la banda derecha a Diogo y reubicó a Pedro por detrás de los dos delanteros, lugar que ocupó luego Eldin cuando llegó el turno de Jaime.

Se podría entender que el Zaragoza ha hallado un plan B para que no le vuelvan a hurgar en esa herida que abrió el Tenerife y que ahondó el Sporting. Al Betis le duró un tiempo y pico, hasta que se fue Galarreta. Ahí queda una sombra, y quizá un jugador tocado.