Salía lastimoso Laguardia del partido por ese testarazo improbable de Quiroga que cerró el injusto empate en Vitoria. El aragonés, seguro, quería haber saltado más y más cerca, meter un poco el brazo cuando volaba el balón, desequilibrar... Lo que fuera para que ese gol no fuese tal. Bien mirado, el que debería haber tendido al lamento era Leo Franco, que podría compartir culpas de ese cabezazo a las redes, si es que las hay. Desde luego, puso el encuentro cuesta arriba con un grave error en el tanto inicial del encuentro, una falta que Viguera le coló en su espacio. El argentino no vio, se fio de su intuición moviéndose hacia la derecha, y se zampó un disparo que ni se acercó al palo. Extraño en un guardameta de su experiencia. Real.

Este es el Zaragoza de hoy, irremediable aún en tantos aspectos. Hasta que se marchó Paco Herrera, el argentino era el mejor de un mal equipo. Con Víctor, el equipo se ha entonado y el portero se ha hecho peor, unas veces por responsabilidad propia, otras por mala suerte, como en el tanto ante el Depor, como en el segundo de ayer. La realidad es que de ese par de goles singulares salió un empate que no debió ser. Se quejaban los jugadores del Zaragoza, esta vez con razón, de que su fútbol mereció más. Está bien verlo, saberlo. Y más que se note la mano de Víctor Muñoz tan pronto. Con 10 jornadas por delante, parecería raro dudar de la salvación. Parece más bien que, si todo va normal, el crecimiento le acercará a la orilla de los playoff.

Conviene, no obstante, pisar tierra antes de creer. Se diría que el Zaragoza aguantó una hora en pie, y que en ese tiempo dominó un 70%, luciendo en el espíritu el león que lleva en el pecho. Todo obra y gracia del nuevo entrenador. Es un gran paso, obviamente. Antes ni imponía su ritmo ni hilvanaba fútbol. Tampoco había vigor en la disputa. Lo malo es que conforme se fueron cayendo las piezas de fuste (Barkero pidió el cambio exhausto, Víctor no quería), el equipo perdió la compostura.

Quedaron, al cabo, más cosas buenas que malas. Por ejemplo, ver a un Zaragoza con el ánimo alto. Lo demostró su condición emocional tras el primer golpe. Mejor aún fue su disposición, tanto posicional como individual. El equipo recuperó la pasión, la intensidad. Fue otro, bien lejos del cadáver que dirigía Paco Herrera en sus últimas semanas. Mejoró en la estructura de bloque al hacerse un equipo más corto y, por lo tanto, más inteligente. Además, la desaparición del tractor Paglialunga permitió un desarrollo más natural del juego en la medular, donde destacó Barkero. Bienvenido sea a diez jornadas con todo por ver. Si se afina en estas semanas, cambiará el sino porque es superior. Si quiere, claro.

En fin, que se apreció un Zaragoza más competitivo. Faltaría que Víctor sea Álamo, el más blando ayer, quizá porque se le había escapado el león del escudo. Queda aún lejos, sin embargo, el objetivo real. Hay demasiadas cargas pesadas, muchas taras que achacar a Herrera y quien no lo despidió antes. Es vergonzoso, por ejemplo, llegar a las puertas de abril en esa ruinosa condición física.