—¿Cuáles son los primeros recuerdos que tiene del fútbol?

—Jugando en la calle con mis hermanos. Después ya en Salesianos, donde estuve hasta los 18 años jugando federado y escolares. A esa edad me fui al Aragón.

—¿Le gustaba desde pequeño?

—Sí, aunque hacía otros deportes también. Jugaba a balonmano y hacía atletismo. Me gustaba la actividad física, moverme mucho, casi siempre con mis hermanos. Luego llegué a jugar con mi hermano Alfredo en el Aragón.

—¿Cuánto se aprendía en aquel campo del Boscos?

—Mucho. Era difícil. Era de arena y dificultaba sobre todo el golpeo del balón. Eran más difíciles los controles o la conducción, pero también te hacía ser más rápido, más ágil de pensamiento.

—¿De niño iba a La Romareda?

—Sí. Era de los que intentaba colarme (risas). Iba con mi hermano y a veces, al ser niños, nos pasaba la gente que tenía entradas. Era la época de los Magníficos.

—¿Qué recuerda?

—Mi hermano era el que me llevaba. Primero, cuando era muy pequeño, recuerdo a Yarza, Santamaría, Villa, Marcelino... Más adelante recuerdo a los Zaraguayos, con los que incluso tuve la oportunidad de jugar. Violeta, Planas, Pais, Royo... Los aragoneses eran los más cercanos.

—¿Quién le llevó al Zaragoza?

—Manolo Villanova era el que me había visto en juveniles y me llevó al Aragón. Allí estuve un año y medio hasta que me hizo debutar Lucien Muller. Debuté contra el Barça de Neeskens y Cruyff en La Romareda. 0-0 quedamos.

—Llegó en el ocaso de los Zaraguayos, con aquellas guerras entre Arrúa y Jordao.

--El vestuario era movidito, sí.

—¿Arrúa era tan díscolo?

—La verdad es que era un gran jugador, pero no ayudó demasiado en el vestuario. Jordao era muy bueno también. Se tuvo que ir y jugó muchos años con la selección portuguesa. Coincidí con él en la Eurocopa 84.

—Fueron muchos años con España. 60 partidos para un aragonés es una marca difícil de batir.

—Yo debuté en la selección siendo jugador del Zaragoza aún. En el 80 estuve en los Juegos Olímpicos de Moscú, donde fui con Pérez Aguerri. Con la absoluta debuté en el 81 en Wembley (1-2).

—Para entonces ya había tenido en el banquillo a Muller, Arsenio, Villanova o Boskov, que dicen que era un revolucionario.

—Sí, por la forma de entrenar. Venía de Holanda y sus formas eran diferentes, con más posesiones, movilidad... Todo era muy distinto y él era un tipo muy listo en su relación con los medios, con el público y con los jugadores.

—No era común que un joven de la casa se pusiese el 10 y tomase galones en el campo.

—Puede ser, pero era mi forma de ser. También tuve la fortuna de que ese no era un Zaragoza de campanillas. Subíamos de Segunda y había que hacerse un hueco. No tenía nada que ver con el Zaragoza anterior o el que llegaría después. De hecho, a mí me vendió Sisqués para seguir caminando, para que no hubiese déficit. Pagó el Barcelona 70 millones de pesetas y dos jugadores para el Zaragoza. Un tal Ramírez y Zunzunegui, creo.

—Su fútbol cambió cuando llegó al Barcelona. ¿Por qué?

—Lo tuve que cambiar, adaptarme a lo que hacía falta. Cuando un jugador dice que solo puede jugar en una posición, malo. Hay que adaptarse a lo que necesita el equipo. El Barça me fichó porque era joven, pero para complementar a todas las estrellas que pasaban por allí, jugadores como Maradona o Schuster. Yo tenía que cambiar mi fútbol para ser titular.

—En Zaragoza le exigían, hasta le llamaban chupón.

—Sí. En aquella época era lógico. Al jugador de la casa se le pedía más que a los extranjeros. Yo tampoco era un jugador de mucha precisión. Hacía muchas cosas, pero algunas mal. Era un futbolista más de cantidad.

—¿No le impresionó el Barça?

—Sí, pero yo estaba curtido. Llegaba formado, maduro para imponer mi personalidad. No llegué atemorizado, sino muy vivo, y la adaptación fue fácil. En seguida fui titular y seguí creciendo.

—Rodeado de superestrellas, además.

—Sí. Cada año llegaban cinco o seis jugadores y se hacía un equipo nuevo.

—¿Cómo era Maradona?

--En el aspecto técnico era insuperable, un 10. En lo físico también era muy fuerte. Su salida, su frenada, su golpeo... Aquí quedó diezmado un poco por las lesiones y la hepatitis. Su periodo en el Barcelona no fue el más brillante. Como persona era cercano al equipo, a los compañeros, aunque siempre rodeado de un aura especial.

—¿Y Schuster?

--Era distinto, menos cercano. Si ahora lo ves, Schuster parece un andaluz. En la época de jugador era muy cerrado y estaba muy intervenido por su mujer.

—¿Qué recuerda de la final de Copa del 86 contra el Zaragoza?

—Que Pichi Alonso hizo un gol más para el Zaragoza (risas). Siempre que hablamos de ese día le tomo el pelo. El Zaragoza tenía jugadores muy buenos, con Señor, Rubén Sosa, Pardeza... En esa final tuvieron suerte porque llegaron poco a puerta, pero nos ganaron con la falta de Rubén Sosa.

—En sus siete años en el Barça hizo una carrera, casi una vida.

--Sí. En Zaragoza había hecho magisterio, pero en Barcelona tuve la oportunidad de estudiar INEF, que era la carrera que me gustaba. Yo ya tenía la idea de quedarme a trabajar en el deporte cuando lo dejara.

—Luego se marchó a la Sampdoria, cuando no era tan común que el futbolista español emigrara.

—No. Fue una iniciativa mía. Entonces mandaban allí el Milan y el Inter de los alemanes. Era el mejor fútbol del mundo y yo tuve la suerte de ganar con la Sampdoria una Copa de Italia y una Recopa. También perdimos una final de la Recopa contra el Barça.

—Luego a Escocia. ¿Por qué?

—Me llevó Archibald y aproveché para aprender algo de inglés. Solo estuve cuatro meses porque me llamó el Zaragoza, que estaba en dificultades. Estaban Orizaola y Zalba. Tuvimos la suerte de salvar al equipo.

—¿Se acuerda de la promoción?

—Perfectamente. A Andoni se le caía el larguero en la cabeza en Murcia. ¡No salimos del área! Fue una satisfacción tremenda volver a casa. Mi idea era la de quedarme en el Zaragoza. De hecho, el club no pagó prácticamente nada con la condición de que luego me quedara. Los clubs se estaban convirtiendo en sociedades anónimas y se trataba de traspasar a Zaragoza lo que ya se estaba viendo en otros países, la dirección deportiva.

—¿Por qué no funcionó?

—Era el principio. Yo casi fui un director deportivo por obligación, por mí mismo. No sabían lo que era esa figura. De hecho, hasta que no llegó Valdano al Madrid en el 2000, en España no hubo ninguno. Y aquí estamos hablando del 92-93. Yo me había ido a Estados Unidos a formarme en la figura del manager. La idea era jugar y estudiar a la vez un master de ‘Sport administration’. Después volví a Zaragoza a trabajar, llegó Soláns y me dijo que no le gustaba el fichaje de Nayim (risas). Estuve seis meses y me tuve que ir. Ese fue el fichaje más importante que hice porque fue el jugador que luego hizo ganar la Recopa al Zaragoza. Casi me boicotean el fichaje, por cierto. Decían que estaba lesionado de la rodilla, por algo que había tenido años atrás. Pero lo hice yo por 30 millones de pesetas en un partido del Tottenham en La Romareda.

—¿Qué fichajes más hizo?

—Conmigo llegó Santi Aragón. Estaba también Víctor Fernández. Yo había sido jugador suyo y después me tocó explicarle a Soláns padre en qué consistía la nueva figura de director deportivo. ¡Imagínese! El Zaragoza era un juguete para él. Era surrealista. Él compró el Zaragoza como una distracción. En su juventud lo había disfrutado siendo amigo de muchos jugadores, pero digamos que trabajar en el fútbol no era lo más normal para él.

—Se marchó en mayo del 93 y no volvió hasta enero del 2004, cuando el Zaragoza lo reclamó.

—Sí. El Zaragoza tampoco iba muy bien entonces, pero tenía un potencial interesante. Entonces estaban Pedro Herrera y Pardeza.

—Esos dos años y medio...

—(interrumpe) Son los mejores de mi carrera como entrenador. Y los más exitosos, con los dos únicos títulos que he ganado yo como técnico y los últimos que ha ganado el Zaragoza.

—¿La Copa de Montjuic es la mejor?

—Aquel Madrid era intratable, galáctico. Los hicimos humanos nosotros. Jugamos un gran partido. Tampoco me olvido de la Copa del 2006. Perdimos la final, pero eliminamos al Atlético, al Barça y al Madrid.

—¿Qué recuerda del día del 6-1?

—Yo veía a Zidane en el banquillo y no me lo podía creer. Íbamos 4-1 y Zidane seguía en el banquillo. No lo sacó hasta que quedaba menos de media hora. En la vuelta estuvieron a punto de remontar, con aquella encerrona que nos hicieron. Estaba García Ferreras, el de La Sexta, de director de comunicación del Madrid, con aquello del espíritu de Juanito. Luego perdieron la eliminatoria y aún hablaban de remontada.

—En aquel equipo estaba Cani, que ahora ha vuelto al Zaragoza.

—Puede ayudar al Zaragoza. Tiene físico aún para ayudar al Zaragoza, y fútbol en la cabeza.

—En el 2006 se marchó otra vez con la llegada de Agapito.

—Llegó Agapito con Fernández de la mano y los otros...

—¿Qué relación ha tenido con Víctor Fernández?

—Normal. No llegamos a tener amistad, pero la relación siempre fue normal.

—Dijo que con Agapito no volvería al Zaragoza, pero lo hizo.

—¡Es que Agapito no estaba! Yo ni hablé una vez con él. Yo veía a Pitarch y con él lo llevé todo. Había hablado una vez anterior con Agapito, que me vendió una castaña, y no quería volver a hablar con él. Pero en ese momento las condiciones del equipo eran paupérrimas. Tal y como estaba, yo creo que se iba a Segunda B. Así como la primera vez había un potencial interesante, en la última época el potencial era muy bajo. Pero logramos salvar al equipo y luego pasó lo que pasó.

—¿Volvería hoy a decir lo mismo que aquella tarde en Soria? (“Me voy mañana si queréis, y eso va para todos”).

—En aquel momento lo dije porque lo pensaba. Yo esperaba una reacción, no una defunción. Pero la reacción fue contraria.

—¿Cree que habría ascendido?

—Decir que hubiera subido sería una fantasmada, aunque está claro que el Zaragoza no subió. Pero ya se sabe cómo estábamos trabajando, lo que estábamos haciendo. Sinceramente, creo que habríamos dotado de más claridad al equipo. Ya se veía cómo jugaba, quiénes eran los dos delanteros titulares, Willian José y Borja, y cómo fue luego la evolución.

—¿Se fue muy dolido?

—Las circunstancias que se dieron fueron duras. Por el cómo voy a Zaragoza y por qué voy. No se tuvo en cuenta eso ni otras muchas cosas. Sobre todo porque antes de que comenzara la temporada les dije que si no confiaban en mí, me iba. Eso es lo más triste, la forma de actuar. Y lo que vino después tampoco me gustó... Pero, bueno, está pasado. En el fútbol, ya se sabe, nunca pasa nada.

—¿Por qué sigue sin ascender?

—El nivel no era el más alto cuando yo estuve, pero salieron jugadores como Vallejo. Ahora no tiene el potencial necesario en todos los aspectos, ni en el técnico ni en otros. El Zaragoza es un equipo de Primera al que todos los equipos de Segunda le juegan a un ritmo distinto. Es un equipo de tradición y siempre es el equipo a batir. La historia es superior a la del resto y los rivales se exprimen. El equipo debe tener un plus para superar esto.

—¿Cuál es el camino de vuelta?

—Hacer un equipo competente, con jugadores que den algo distinto. No tiene por qué ser difícil, pero tampoco es sencillo. Solo con el nombre del Zaragoza no se va a subir. Tiene que haber recursos humanos y capacidades, un plus diferente para subir. En eso están trabajando.

—¿Qué le parece Juliá?

—Coincidí con él el año de la promoción. Hace una función con los medios que tiene.

—¿Podría volver una vez más al Zaragoza?

—Podría ser, por qué no. Soy muy joven (risas). Fue un sueño jugar en el Zaragoza y luego entrenarlo, aunque ahora mismo no estoy pensando en eso.