A algunos les parecerá un testarudo incorregible. A otros un profesional escrupuloso con una línea de actuación recta e incorruptible en la toma de decisiones, llueva o granice. En el inicio de Liga, Víctor Muñoz le dio la titularidad a Whalley y de ahí no lo ha movido, aunque veremos cuánto lo aguanta ahora que Bono, que le gusta mucho, no le condiciona el futuro porque no se va a marchar a la Copa de África. Un día apostó por la fórmula de los dos delanteros, con Borja y Willian José a la vez y las bandas abiertas, con ese esquema mejoró al Real Zaragoza y con él insiste aunque los resultados hayan sido bastante malos en las tres últimas jornadas y el centro del campo esté más desprotegido algunas tardes.

Prefiere a Rubén con Mario antes que a Vallejo, independientemente de su condición: canterano o veterano de paso. Si tiene que cambiar a su pichichi a falta de un minuto para el descanso en Gijón, lo cambia. Se cansó de Rico y le dio el lateral izquierdo a Cabrera. Llevaba semanas dándole vueltas al rendimiento de Fernández, que no le gustaba, y contra el Betis dio entrada a Diogo. Cree que el fuelle físico de Galarreta se agota con el paso de los minutos y lo sienta habitualmente en las segundas partes, ayer más pronto que en otras ocasiones, aun a riesgo de escucharse una pitada mayoritaria como la de La Romareda, que ha adoptado como hijo predilecto al centrocampista vasco a pesar de que, hasta hoy, su rendimiento ha sido muy normalito. Nada extraordinario. Inmerecida la bronca esta vez porque Lolo le dio un aire interesante al equipo con el Betis partido en dos.

A Víctor Muñoz esas cosas no le influyen. Si tiene que sentar de nuevo a Galarreta, lo volverá a hacer. El entrenador se rige por una sola norma: la que le marca su propio juicio, su convencimiento y su criterio. Es así. Terco o insobornable. A gusto de cada consumidor.