Víctor Fernández afronta el reto más importante de su trayectoria deportiva. Nada que ver en trascendencia con títulos o momentos puntuales de gloria. El destino elíptico de la vida y una maniobra a la desesperada le devuelven al lugar y al club donde debutó hace 28 años con una misión si no similar sí emparentada con los peligros, en este caso de rasgos terminales. Entonces sufrió para salvar al equipo del descenso a Segunda División con un grupo del que tiró como un buey otro zaragozano, Víctor Muñoz en el ocaso de su carrera y con las costillas maltrechas. Hoy, con más tiempo en el calendario pero con jugadores en su mayoría de clase media-baja, trabajará en el andamio sin red de seguridad. De aquel acontecimiento agónico contra el Murcia y catártico para el futuro, y no del descorche de días festivos, debe rescatar el entrenador experiencias que le sean útiles para gestionar una empresa en la que necesitará no sólo recuperar la motivación de sus empleados, sino también forzar la jerarquía que le ha sido entregada para presionar en la contratación de otros que asfalten el camino.

Porque un técnico, y Víctor lo sabe muy bien, es una página en blanco a la espera de personajes que la enriquezcan y con quienes pueda tejer una historia creíble. Sus predecesores no han podido, no han sabido o se han visto rehenes de las limitaciones estructurales y personales, pero la materia prima tampoco da para muchos banquetes. El cambio en el banquillo era obligado porque Lucas Alcaraz asumió un papel de viudedad junto la cama del enfermo. El regreso de Víctor Fernández, por la ilusión que genera su pasado ligado a los éxitos y la felicidad, ha puesto al paciente a bailar sobre una pista, por ahora, ficticia: el Real Zaragoza sigue en estado de gravedad, con la diferencia de que la va atender un doctor con un discurso muy saludable. Las medicinas de amplio espectro, sin embargo, continúan estando en el almacén de los dirigentes, que al menos han reaccionado frente al absoluto fracaso de un proyecto cargado desde su gestación de ambigüedades.

El nuevo entrenador viene avalado por su zaragocismo y su compromiso, por poseer las llaves de la casa y ser parte de la idiosincrasia de una ciudad que conoce como la palma de la mano. Por supuesto, del respaldo de una afición que le contempla como a un mesías como antes lo hizo con Alberto Zapater y Cani sin que ambos pudieran, en solitario, abanderar el ascenso que se perseguía. Esos valores ayudan, sin duda, a tener una perspectiva muy próxima de la cultura social y deportiva que motorizan las emociones, pero el Real Zaragoza que se medirá el sábado al Extremadura ha cambiado la mayoría de sus cerraduras. Muchas puertas han sido cerradas o selladas, con la hinchada abierta de par en par a esta aventura que presiente esperanzadora después de otra temporada descorazonadora.

Víctor Fernández ha comenzado a explotar su figura magnética con alguna que otra promesa. Corresponde a su personalidad y se ajusta a las necesidades teatrales de una obra representada hasta ahora con una fuerte tonalidad trágica. Como director, sabe muy bien, que se ha de rodear de actores que corroboren sus pretensiones. Ese es o debería ser su principal objetivo, el de acelerar y acertar en el casting. Como están las cosas, sería un error anteponer el fútbol de autor sin los futbolistas adecuados.