Víctor Sánchez no apareció por el gimnasio por casualidad. En casa, ya había respirado el ambiente del boxeo. "Mi padre había practicado siempre y me ponía combates desde pequeño", rememora. Y, queriendo emular a las grandes estrellas, se inició ya a los 15 años. "Me enseñaron muchas cosas; no solo es llegar y pegarte. Aprendí disciplina y respeto a una persona, y eso luego lo aplicas en la vida", comenta. No pudo, sin embargo, competir hasta años más tarde, puesto que el trabajo en un taller de camiones, en el que empezó a los 16, no le permitía dedicar las horas suficientes. "Es un deporte muy exigente; en uno colectivo el grupo te puede arropar, pero aquí estás solo". Tras muchos intentos frustrados de su entrenador, López Bueno, que veía talento en aquel espigado boxeador, las circunstancias de la vida permitieron su debut en la competición."Lo he compaginado siempre como he podido", dice.

Y sigue el relato. "No obstante, estuve dos años en el paro y entonces le pude dedicar tiempo. Iba a correr tres días a la semana, entrenaba cinco días y me decidí", recuerda Sánchez, para quien ir a entrenar nunca fue una obligación. "Esté cansado o no, necesito ir. Me engancha todo: la adrenalina, el ambiente del gimnasio, levantarte por la mañana y saber que tienes que estar al 100%. Es mi droga".