Hubo quien quiso poner en solfa al entrenador incluso antes de jugarse el partido. Anda el zaragocismo tan encabritado con el mundo que se discute todo, aunque no haya pasado porque la gente se imagina lo peor. Desconfianza se llama. Hartazgo si se quiere, escepticismo en la mirada del futuro y los que lo manipulan. Andan tan escarmentados que, a ratos, ni se creen que se pueda modificar el futuro para bien. Es lo que intenta, y se le debe suponer, Víctor Muñoz, que aceptó coger este toro de aúpa para evitar la quiebra total. La deportiva, se entiende.

El asunto de ayer giraba en torno al intercambio de papeles entre Arzo y Cidoncha. Víctor decidió mantener en el eje de la medular al primero, que ha sido defensa gran parte de su vida; y al último, que había jugado de casi todo menos de central esta temporada, lo metió en la zaga. Alguno mantendrá que Muñoz se equivocó. Y puede ser, pero no en este caso. Sin sobresalir, ambos estuvieron bien correctos, más allá de participar en los dos goles.

A Cidoncha lo ve Víctor ahí desde hace tiempo. En su estreno, pese a ser un novato de tomo y lomo, no desentonó. Bien en las jugadas aéreas, rápido de movimientos, correcto con el balón en los pies... Hasta hizo un gol, que celebró lo justo, por cierto. Se dirá que en el tanto del Córdoba patinó y que aquello pudo ser fatal. Falta pareció porque su rival fue con los dos brazos estirados a contactar, para desestabilizar y sacar ventaja. Se sabe que en el fútbol no se pueden utilizar las manos para casi nada, así que... Así que debió pitar, incluso pareció que lo hacía. Amagó, no dio. Y llegó el patinazo, resbalón más propio de la mala suerte que del descuido individual, y el gol que parecía el fin del partido, casi del mundo.

Equilibró él mismo el asunto con una buena peinada, ya en la segunda parte, antes de que Arzo, precisamente el otro en cuestión, pusiese en largo el balón que Raúl Bravo nunca miró y Roger domó antes de fulminar al Córdoba. En fin, que hubo poco que discutir en el asunto este de Arzo y Cidoncha, sin que haya que extraer conclusiones definitivas.

Más discutibles son otras cosas, desde luego. La alineación repetida de Luis García, por ejemplo, que ni encuentra sitio ni ritmo pero juega siempre. Pocos desde fuera lo pondrían, pero no hay manera. Cuando salió Víctor en su sitio, de nuevo en la segunda parte y con el partido en contra, se vio otro aire en el equipo, en la elaboración y en la zona de peligro. Hasta en el balón parado. En fin, lo de siempre. Dejó en mal lugar a Luis García y a su técnico, que debería replantearse invertir el orden. Es decir, poner primero al que suele hacer más cosas y mejor; y después, si no carbura, darle una opción al veterano.

Lo que le ocurre a Víctor, ya desde hace tiempo, es que su rendimiento es menor cuando sale de inicio, y nadie encuentra un remedio para tamaño mal. Aun así, dan ganas de ponerlo al cuarto de hora. Por Luis García, claro. O por Barkero. O por Henríquez. Acaba dando más que el resto aunque juegue la mitad de la mitad. Debe ser un reto para Víctor, el entrenador, ahora que la permanencia está casi hecha y que le volverán los mensajes del ascenso posible. Lo es, claro, aunque el equipo no es fiable y uno no se imagina cinco victorias consecutivas. Una lástima. Son tan poco cuatro puntos en esta Segunda.

Está la otra batalla, la de Agapito y sus desmanes. Que si Plaza, que si el pasaporte, que si vendo pero no. Es decir, que no solo no rinden los muchachos, sino que desde el club andan poniendo zancadillas, a veces los del primero, otras los del segundo, las más ese al que no se ve pero está. Sí, todavía está.