Celestial, único, tremendo, catedralicio, apoteósico. Dicen que en Assen, la popular catedral del motociclismo mundial donde cada año se citan 100.000 feligreses para rendir honores a los nuevos dioses o a los de siempre, sólo ganan los auténticamente grandes. Como Jorge Lorenzo (Derbi), un chavalito mallorquín, chulito, reservado, pretencioso, campeón, candidato a lo más grande, capaz de aparecer último en un grupito de cuatro a cinco curvas del final y convertirse en la estrella de la matinal holandesa tras protagonizar dos hachazos históricos.

Lorenzo abrió una mañana gloriosa en uno de los pocos días en los que el sol se digna aparecer por Assen. Relució para saber que Dani Pedrosa (Honda) y Toni Elías (Honda) van a ser amantes del podio de dos y medio por los siglos de los siglos aunque, a veces, deban conformarse con escoltar en el podio al ganador, ayer un soberbio Sebastián Porto (Aprilia). Y se mostró más amarillo que nunca para rendir homenaje al amarillo , que es como muchos conocen al sumo pontífice de la catedral , el italiano Valentino Rossi (Yamaha), que ayer derrotó, por tercera vez consecutiva, en otro pulso final demoledor, a Sete Gibernau (Honda).

UNA BALA ROJA Los casi 100.000 espectadores que llenaron las laderas de Assen hubiesen podido recoger sus bártulos y regresar a casa a mediodía. A esa hora ya habían visto lo más grande de la mañana: la coronación de Jorge Lorenzo y su bala roja , su Derbi. A esa hora, hartos de bocatas y cervezas, Jorge Lorenzo protagonizó la que, sin duda, será la mejor última vuelta de la temporada. Mucho mejor, creánme, que la disección que el doctor Rossi le hizo al nieto de don Paco en la última vuelta de la categoría reina , después de haberle dejado llevar el peso de la carrera durante todas las vueltas.

Lorenzo había arrancado fatal en la prueba de 125cc. "Como siempre, el día que aprenda a salir, ¡me salgo, fijo!". Pero como tenía tantas ganas de consagrarse en la catedral , decidió vaciarse a lo largo de las 17 vueltas y 102 kilómetros de carrera. Para mejorar la fiesta se buscó a tres buenos compañeros, de los mejores. Andrea Dovizioso, líder destacado del Mundial de 125cc; Roberto Locatelli, su rival más directo; y Casey Stoner, el jefe de KTM, la marca que, en su día, le arrebató con malas artes y dinero, mucho dinero, el ingeniero a Derbi.

Lorenzo inició la última vuelta delante de todos pero, en una curva que siempre trazaba rozando la arena, se le fue la moto, cruzó por la agricultura , enderezó la dirección y, cuando regresó al asfalto, ya le habían pasado los tres. Enderezó la moto. "Apreté los dientes y retorcí la muñeca". Se emparejó a Dovizioso y Stoner y, a empujones --como había hecho con Kallio cinco giros antes--, los superó en una semirecta. Sólo le quedaba Locatelli, al que ajustició, con el cuchillo entre los dientes, haciéndole un interior a dos curvas del final.

Parecido reconocimiento, aunque a regañadientes, surgió de la boca de Gibernau cuando Rossi le derrotó en el último suspiro, apurando la frenada --"he frenado hasta con las orejas", explicó el gracioso líder de Yamaha--, en una de las curvas que precedían a la meta. Lo cierto es que Rossi ya es líder del Mundial, algo que no conseguía Yamaha desde el año 2000. Y hacía 16 años que Yamaha no conseguía una pole en Assen. El Mundial empieza a temblar. El reto lanzado por Honda contra Rossi lleva camino de convertirse en la mayor derrota de la historia. Los 150 ingenieros de Honda corren peligro de morir bajo el bisturí del doctor . La catedral huele a quirófano.