Víctor Muñoz quería ganar el partido y al final su perseverancia --conocida popularmente por tozudez-- resultó fundamental para conseguir tres puntos que liberan al Real Zaragoza, por el momento, de las ataduras del descenso. Como le falló Dani, puso a Drulic en el once para que acompañara a Villa. Como Drulic estuvo todo el encuentro metido en una escafandra y buscando mejillones por Marte, llamó a filas a Juanele para que tomara el relevo del serbio. Como Juanele, genial en tiempos pretéritos, está para dar dos capotazos y poco más en el presente, incrustó a Yordi junto al grupo salvaje y dejó a Movilla solo en el centro del campo, es decir igual que cuando le acompañaba el ingrávido Ponzio, quien se dio otra vuelta insustancial y sin balón por la Vía Láctea .

Cani, Galletti, Yordi, Juanele, Villa... Y antes Drulic. Con toda la segunda parte por delante y con superioridad numérica por expulsión de Duda al ver dos tarjetas amarillas antes del descanso, Víctor empujó hacia arriba al Real Zaragoza. Por gusto hubiera llamado a Pichi Alonso, a Diarte, a Marcelino, a Murillo y a Pardeza, pero ante la evidente imposibilidad de contar con ellos, jugó al ataque con lo que tiene. Y le dio resultado no por la aglomeración de gente con cierta vocación vertical, sino porque Villa es un lince y está a la altura de los anteriormente citados. Eso sí, a Yordi hay que aplaudirle el preciso pase que ofreció al Guaje en ese tanto de oro que propulsa al conjunto aragonés hacia la permanencia con el tercer triunfo consecutivo, una tacada que no se producía desde 1997. El camino hacia la salvación es ahora más corto.

Lo importante fue la victoria, tópico que encaja en esta ocasión como anillo al dedo. Teniendo en cuenta que el Valladolid desvalijó San Mamés y el Albacete no levanta el pie del acelerador y ayer se llevó pegado en el parabrisas al Betis, el empate hubiera sido un auténtico desastre. Impera el pragmatismo, por eso el entrenador zaragozano, cuando vio el 1-0 en el marcador y al Málaga medio muerto pero dando coletazos, quitó a Galletti y protegió a Movilla con Generelo. Pese a todo, no faltó quien pidió un cargamento de tila y un valium intravenoso.

El encuentro fue muy táctico, con un inconfundible aroma a tiza y pizarra: es decir divertido para el técnico que gana y un tostón para el público que paga. El Málaga utilizó su altura física y una casi perfecta estrategia de presión, inmaculada en el escalonamiento progresivo de sus jugadores para estrangular al Zaragoza, a Movilla mejor dicho. Miguel Angel se cosió al dorsal de su excompañero y fue como ponerle una venda a los ojos al equipo aragonés, quien, sin embargo, en esos instantes de duda existencial mantuvo a raya a Salva, el goleador de moda.

LA EXPULSION Hay futbolistas para trabajos concretos, y Duda no es un especialista cuando hay que estrujar al enemigo. Exquisito con la pelota, llegó muy tarde en dos de las ocasiones que su equipo puso en práctica el mecanismo de frenar la salida del adversario. El brasileño vio un par de tarjetas y fue expulsado en el minuto 44, lo que trasladó el partido a otro escenario.

Movilla fue el más beneficiado. El Málaga le dejó en libertad condicional --luego Miguel Angel volvería sobre sus pasos--, se armó hasta los empastes para sumar al menos un punto y dio un paso atrás. El faro zaragocista comenzó a emitir señales de luz para un equipo que, una vez más, expuso sus espectaculares intermitencias. Si Milito brillaba en defensa, Pirri era un agujero; si Movilla mandaba, Ponzio desordenaba; si Villa mordía, Drulic deshojaba la margarita entre líneas... Galletti y Cani, sí pero no, no pero sí, y Juanele y Yordi, intentando recuperar a marchas forzadas el tiempo perdido por diferentes circunstancias.

En ese merengue, Villa es un clavo ardiendo. No para quieto, no deja de inquietar, se exige un ritmo infernal para él y para sus marcadores. Avisó un par de veces a Arnau, que se lució en un cabezazo del asturiano. Mientras Salva daba saltos en el otro vértice del campo para cazar alguna ocasión, él cogió un atajo que le indicó Yordi, se plantó ante la portería y marcó. Así de sencillos son los artistas y los depredadores: lanzan un zarpazo al aire y convierten al resto en simples mortales que hacen cuentas con una calculadora en la mano. Víctor quería ganar y Villa, también. La suma de ambos dio como resultado una victoria vital.