Bien se sabe que en Zaragoza se pueden encontrar entre agnósticos y ateos más de un devoto de la Virgen del Pilar. No hay que buscarle muchas vueltas. No se toca a la patrona de la tierra noble, de un pueblo que no soporta cánticos procaces y que ayer se regocijó con una victoria casi bíblica en territorio hostil. No hace falta entrar en detalles de fueras de juego, paradones o tarjetas. La victoria en Pamplona pareció una manifestación divina. Bienaventurados los que pisaron el reino de Navarra porque vivieron en directo un fenómeno casi milagroso. El Zaragoza, tantas veces ultrajado en El Sadar, aguantó de pie gracias a su sobrehumano portero, que enseñó cuál es el camino del cielo. Puede creer cualquiera hoy en este equipo que también gana jugando peor. Sigan las señales, son inequívocas.

En el 2018 no se habla de árbitros ni desdichas. Sonríe la venerable fortuna en estos días de mística en los que a más de uno le da por acordarse de la virgen. De su Virgen, que por fin parece haberle perdonado todos los pecados, tantos en el último decenio, y vuelve a su lado. La Virgen del Pilar dice que quiere ser capitana de esta honrosa tropa aragonesa. Un destacamento conquistó las tierras vecinas de las que tantas veces salió mermado y deprimido su ejército. Parece una victoria clave en el desarrollo de esta santa guerra que le viene por delante al bando zaragozano, hoy ufano en la contemplación de su fútbol.

Mala es la arrogancia, bien se sabe, pero dicen los futbolistas del Zaragoza que ahora hay momentos que entienden que no van a perder. Es más, sienten que van a ganar. Si fue el caso ayer, se puede desandar hasta las referidas señales porque el triunfo era una cuestión de fe. Este equipo está bendecido para lo que quiera. Hoy es sexto. Pasado mañana, por decir, podría ser segundo. Sí, ya se puede hablar abiertamente de la Primera Divisón. Cuando se les oye nombrar en voz alta el ascenso directo, se puede comprender la confianza que hoy siente el grupo. Es aliento, determinación.

Más allá de las señales queda el fútbol. Ayer ganó el Zaragoza un partido que debió perder. Se debe poner en el haber, no obstante, el cuajo que tuvo el equipo. Si bien es cierto que concedió muchas oportunidades, no se desmadejó como en sus primeras tardes. Sabían, dicen, que llegaría el momento del zarpazo. Una hora tardó. En su primera ocasión desgarró al rival Borja Iglesias, que celebró con gol un estupendo pase de Buff y un centro preciso de Benito. En la segunda lo tumbó con solidez después del detalle de Toquero. Dos buenas jugadas, dos definiciones del delantero zaragocista, que no erró el día que más falta hacía. En dos bocados se zampó el león rampante al del Osasuna, que rugió y atacó pero no hirió a la pieza hasta que el combate estaba acabado.

Ya no se trata de soñar, es una realidad. Sea uno incrédulo o terrenal, puede pensar en la victoria que viene, y en la otra, y en la del Huesca. El Zaragoza se ganó ponerse en la línea del paraíso con cinco buenos partidos. Ayer le ayudó Cristian con las manos de dios. También la patrona, para quien crea, que apareció con bienaventuranzas: «Alegraos y regocijaos porque vuestra recompensa será grande en los cielos». Hacia allí, hacia el cielo, va el Zaragoza. Si lo dice la Virgen...