Inapelable. La exhibición de Armstrong a lo largo de las durísimas rampas que enlazan los veintiún virages de Alpe d´Huez no deja margen a la menor duda sobre su el dominio que ejerce sobre todos sus rivales y su clase. Venía este año al Tour preocupado porque muchas cosas en su vida habían cambiado: su relación de pareja, la preparación, un programa modificado, algunos importantes cambios en los pilares de su equipo... Pero nada parece haber afectado a este hombre que ha instalado sus victorias sobre una frecuencia de pedalada inusual que aplica magistralmente en la escalada llevando la cadena de su bicicleta a piñones mucho más altos que sus rivales. En Alpe dHuez su pedaleo inverosímil y su fortaleza física rebasaron cualquier exhibición previa realizada anteriormente en su lejano y fiel matrimonio con el Tour. El trasvase de intereses entre esta cima alpina y su último conquistador, después de lo realizado ayer, ha sido equilibrado y justo. Alpe dHuez es la cima por excelencia de la modernidad del Tour, que se unió a la historia de la carrera en 1952 de la mano de Fausto Coppi y se añadió desde entonces a la trilogía sagrada que componen Tourmalet, Galbier e Izoard. Armstrong ha dejado su exclusiva marca en esta cumbre en su triunfal camino hacia el récord sobrenatural de seis Tours, pero a cambio ha recibido un visado de lujo para cerrar con todos los honores el Tour más importante de su vasta colección. No se puede olvidar tampoco el trabajo de Ullrich que con un estilo diametralmente opuesto --fuerza contra agilidad-- demostró que puede ser de nuevo su escolta de lujo en París. Precisamente la reconquista del tiempo perdido en la que ahora esta inmerso el teutón podría dar un leve giro al interés de la carrera siempre que nos olvidemos del americano y nos centremos en la batalla que se avecina entre Basso, Kloden, Azevedo y él mismo por obtener el mérito de la segunda plaza del podio final. Vamos a ver con interés lo que da de sí el joven Basso.