Los ciclistas suelen ser más de pueblo que de ciudad. Seguramente porque circular en bicicleta siempre es más complicado en las grandes urbes. Elia Viviani, ganador de la tercera etapa de la Vuelta, en Alhaurín de la Torre, es de Isola della Scala, cerca de Verona. Y de Navás es Jordi Simón, el corredor catalán del Burgos-BH, equipo modesto entre los modestos, que buscó desesperadamente el triunfo imposible.

Unos pelean para ganar y solo se dejan ver en los últimos 200 metros. Permanecen escondidos todo el día, protegidos del viento como Sagan y Viviani, mientras que otros tratan de sobrevivir, como es el caso de Simón. Él trató de buscarse la vida. «No sé si será adecuado fugarse en este primera semana, porque hay muchos velocistas. Quizás es mejor esperar y resguardar fuerzas para la tercera semana, que es cuando todos están más cansados». Así se expresaba el corredor español, en la salida de la Cala de Mijas.

Pero, por improvisación, por estar en el lugar y el puesto adecuado, se escapó a las primeras de cambio. Simón atacó. Lo hizo hasta en dos ocasiones. Fueron demarrajes secos que le permitieron durante unos cuantos metros vivir la gloria. Pero tanto él como los demás sabían que lo suyo era una aventura imposible. Detrás nadie permitió que un corredor de 27 años llegase victorioso a Alhaurín de la Torre, Simón fue capturado cuando los equipos Bora (Sagan), Quick Step (Viviani) y hasta el Movistar (Valverde-Quintana) decidieron poner fin a su lucha imposible que, al menos, recompensó al catalán con el premio de la combatividad, un dorsal en color verde que lucirá camino de Alfacar, en la sierra granadina, en lo que será la primera llegada en alto.

Y ya se sabe. En los últimos 20 kilómetros se inicia la batalla decisiva, la que realmente cuenta para desgracia de Simón. Allí surgió Viviani, más fuerte que Sagan y que ninguno para ganar su primera etapa en la Vuelta.