Elia Viviani se ha convertido en el gran héroe inicial de un Giro que ha paseado sin gloria pero también sin pena por el inédito territorio israelí. Este lunes, para dar tiempo a trasladar toda la caravana de la prueba desde Israel hasta Sicilia, la ronda italiana descansará para retornar mañana a la actividad habitual, lejos de aventuras y de experiencias. De Israel se despidió la prueba con un nuevo esprint, tras atravesar el desierto de Negev, para llegar a la ciudad meridional de Eilat, un enclave portuario y turístico a orillas del mar Rojo.

Ahora solo se verán los mares Tirreno y Adriático, el marco habitual de un Giro, que ayer sudó de lo lindo entre paisajes desérticos, con aire y con mucho calor. Y, otra vez, tal como sucedió el sábado, sin muchas notas con las que embellecer una sinfonía ciclista. Fuga por delante, escapada que se captura con la visión de la meta y esprint que, en esta ocasión, casi pudo acabar en desgracia si Viviani no demuestra sus habilidades para mantener el equilibrio. Sam Bennett, el velocista irlandés del Bora, encerró descaradamente a Viviani, que por poco no se estampa contra las vallas.

De nuevo, la jornada del Giro se resumió en la preparación del esprint y en el esfuerzo de las figuras por no perder posiciones que se tradujeran en una cesión gratuita de segundos en la meta. Sin más, con algún repecho por el camino y con rectas interminables donde las imágenes de televisión mostraban parajes en los que difícilmente se veía un cacho de verde. Imposible refrescarse e imposible también que hubieran fugas o cortes peligrosos por una carretera que no invitaba a otra cosa que llegar lo más rápido posible a la meta de Eilat.

A partir de mañana, todavía con Rohan Dennis vestido de rosa, empezará a cambiar el guion de la carrera, sobre todo a partir del jueves cuando el Giro ascienda el volcán Etna. Al menos ayer Elia Viviani sacó fruto al predicar en el desierto.