El pueblo les conoce y admira, su cuenta corriente presume de longitud y, depende de qué especialidad practiquen, poseen más tiempo libre que cualquier otro mortal. El deporte acostumbra a ser un mundo de esplendor y privilegio; también de sacrificio, ya sea mental, físico o vital. Pero es indudable que la forma de vida que acompaña a un deportista es muy particular y está alejada de las rutinas y horarios del trabajador tipo. Un futbolista viaja, compite y entrena dos o tres horas al día, mientras que un funcionario tiene un horario laboral fijo de ocho horas, por lo general sin grandes sobresaltos.

Por todo ello, y como un deportista solo es tal una parte de su vida, el momento de la retirada y el encontrar un nuevo camino que seguir puede ser un asunto problemático. Hay quienes lo sobrellevan bien, como los exdeportistas que cuentan su historia en este reportaje, pero hay otros que no logran estabilidad. Que se lo pregunten a Allen Iverson, arruinado después de haber ganado en su carrera deportiva unos 150 millones de dolares. O a Maradona, que, tras su adiós al fútbol, ha ido dando tumbos de aquí para allá, con la sombra de la droga siempre sobre él. O al exboxeador aragonés Perico Fernández, sin dinero, oficio ni beneficio. Quizá estos ejemplos no sean la norma, pero los deportistas reconocen que el cambio de vida es, por lo general, una experiencia difícil.

"Yo he conocido casos de todo tipo. De jugadores que tenían la necesidad de trabajar porque no habían conseguido suficientes recursos económicos. De otros que tenían holgura financiera, pero que querían alargar siempre un año su carrera por problemas de equilibrio mental. De jugadores que han vuelto a jugar, que eso la mayoría de las veces es un fracaso, una frustración", explica Fernando Arcega. "Hay algunos que el primer año que ganaban algo de dinero se compraban un coche que era más caro que el que tenía el que más cobraba del equipo", añade. Sin duda, una de las vías más recurrentes para los deportistas es la de continuar ligados a su especialidad, ya sea como entrenadores o directivos. El problema, quizá, es que ahí no hay espacio para todos.