Chris Froome no está para ganar el Giro. Como si fuera un libro abierto, el ciclista británico evidencia en cada etapa de la ronda italiana que en vez de ir hacia adelante va de mal en peor. No se vislumbra una etapa concreta en las dos semanas que quedan de competición para apostar por un Froome de rosa. Y hasta parece recomendable que el líder del Sky, siempre que supere el problema que realmente le azota, una amenaza de suspensión por dopaje, comience a pensar más en París que en Roma, más en ganar el quinto Tour que un primer Giro que ya se aventura como un reto imposible. Ya está a 2.27 minutos del líder Simon Yates.

No se ha visto bien a Froome en ninguna etapa clave. En la contrarreloj inicial de Jerusalén tuvo la excusa de la caída; en la primera cuesta siciliana cedió segundos, y en el Etna resistió como pudo. Sin embargo, en cuanto se ha encontrado con una subida con más chispa, ayer en el Gran Sasso de Italia, Froome se vino abajo para ceder otro minuto, para evidenciar que su pedalada está lejos de la de su compatriota Yates, la maglia rosa, consistente y gallarda, que ganó la etapa, reforzó el liderato y proclamó que es capaz de plantar batalla a Dumoulin.

Yates está a años luz de Froome. Dumoulin correrá a su estilo porque sabe que puede ceder unos segundos pero jamás hundirse en la montaña y es capaz de administrar la renta que consiga en la contrarreloj de Trento. Y Yates, tras su victoria de ayer, dejó patente que es el hombre fuerte de la carrera. El que ya no necesita atacar -ni un demarraje de los líderes se vio en el Gran Sasso- porque sus contrincantes caen como si fueran fruta madura. El Giro descansa este lunes; un buen día para meditar y pensar en el futuro, sobre todo Froome.