La Romareda ha visto a futbolistas mejores pero con pocos se ha identificado tanto como lo hace con Alberto Zapater. El ejeano es, ante todo, un zaragocista que encarna los valores que trascienden a situaciones y etapas concretas, es la raza en el juego, nobleza y valor, bandera y orgullo de una afición necesitada de símbolos a los que aferrarse para seguir creyendo. Ha sido el espejo en el que se ha visto reflejado el zaragocismo sobre el césped desde que Víctor Muñoz le hiciera debutar con el primer equipo en agosto del 2004, lo sigue siendo trece años después y lo será mientras él quiera. Acaba de firmar su renovación hasta junio del 2023.

El acuerdo no es sino la plasmación en un papel de las intenciones tanto del Real Zaragoza como de Alberto Zapater. Ambos querían unirse formalmente de una manera amplia y han decidido prolongar su relación cinco años más. El futbolista había expresado en varias ocasiones desde su regreso a Zaragoza su deseo de retirarse en su equipo, en su casa, y, del mismo modo, el director deportivo, Lalo Arantegui había repetido en diferentes apariciones públicas que Zapater estaría en el club hasta que él quisiera. El capitán, de 32 años, se ha vinculado así hasta los 38.

En los próximos días se procederá a la firma del contrato y a la comparecencia pública del capitán. «Retirarme en el Real Zaragoza es un sueño que quiero cumplir. No sé cuándo llegará ese día de acabar, pero que te digan ‘cuando tú quieras’, significa mucho, porque hay una confianza mutua y el sentimiento es recíproco. Mi renovación significa todo para mí, porque el Real Zaragoza es el club de mi vida», explica el propio futbolista en declaraciones recogidas por la web del club.

Que el Zaragoza es el club de su vida no es en este caso una expresión más sino un hecho cierto. Alberto Zapater dejó su Ejea natal a los once años para vivir en casa de sus tíos en Zaragoza y poder entrenarse con el equipo aragonés. Su fuerza física y su rasmia le hicieron ir subiendo peldaños hasta llegar muy pronto al primer equipo. En el 2004, acabando su etapa juvenil, Víctor Muñoz le hizo debutar en la ida de la Supercopa. A partir de ahí nació una relación de amor entre el jugador y la afición que no se vio perjudicada ni en ausencia del ejeano durante años.

Zapater levantó la Supercopa, jugó la final de Copa del 2006 y lloró desconsoladamente sobre el césped de Mallorca tras consumarse el descenso del 2008. El ejeano se quedó en su equipo para devolverlo a Primera División tan solo un año después. Liberado de esa presión decidió continuar su carrera lejos de casa. Génova, Lisboa y Moscú fueron sus destinos en una trayectoria algo errática que se complicó en Rusia por diferentes lesiones que le impidieron jugar.

Hasta que regresó a casa en el 2015 y empezó a trabajar en su recuperación junto a Andrés Ubieto. En el 2016 estaba listo para volver a ser el león del escudo y se comprometió por dos años para intentar devolver al Real Zaragoza a su sitio. El resultado del equipo no fue el esperado, pero Zapater ha vuelto a ser el de siempre en cuanto a compromiso, actitud, despliegue físico. Un capitán en el más amplio sentido del término. Por eso La Romareda le sigue profesando el mismo cariño de siempre y sigue viendo en él su reflejo. Zapater es cada uno de los zaragocistas que viven su equipo. Para siempre.