Si algo nos han enseñado estas 14 jornadas de Liga es que entre la primera unidad, tomando prestado un término baloncestístico, y la segunda del Real Zaragoza hay un socavón. Existe una distancia sensible entre el rendimiento máximo que puede alcanzar un grupo determinado de jugadores, los principales sobre los que se debería sustentar el crecimiento de este equipo, y los secundarios. Si los primeros espadas elevan su tono, los que vienen por detrás también mejorarán exponencialmente al calor de esa hipotética progresión colectiva. Salvo momentos puntuales de cierta brillantez, que los hubo en la etapa de Idiakez, a todos los futbolistas les ha faltado regularidad, consistencia y buen nivel de manera continuada. A los mejores, a los de un segundo plano y a los actores de reparto.

Después de una primera parte calamitosa, el Real Zaragoza logró igualar un 0-2 y muy cerca estuvo de consumar la remontada al toque de corneta, con orgullo, mucha más verticalidad en el juego, acumulación de futbolistas ofensivos y algunos de los hombres de más calidad de la plantilla en el césped. Alberto Benito, James o Marc Gual empezaron el encuentro en el banquillo. No quiere decir que no lo merecieran. Ellos, como todos, han tocado fondo esta temporada y alguno en jornadas muy recientes.

Sin embargo, la casi remontada al Mallorca deja una lección. El Zaragoza no puede permitirse salir al campo sin sus mejores jugadores. Con ellos quizá no llegue muy lejos, pero cualquier esperanza de crecimiento pasa por las botas de unos nombres muy concretos.