Acada golpe, el Real Zaragoza ha tenido una respuesta contundente y que ha disipado dudas a toda velocidad. 2-1 en contra en Vallecas, triunfo ante el Almería. Empate en un partido desapacible en Reus, victoria con sabor a gloria frente al Sporting. Derrota fea en Cádiz, goleada al Albacete. Ese es el Real Zaragoza en la fase decisiva de la Liga, un equipo que pasa las de Caín como visitante, pero con una tremenda fuerza mental, arrobas de autoconfianza, fútbol y un poderoso carácter ganador para reponerse de modo inmediato ante cada adversidad.

No es fácil hacerlo. Al contrario: es muy difícil. Ahí está el último ejemplo, el Sporting, al que la derrota en La Romareda sumergió en una depresión profunda. Desde entonces no ha vuelto a puntuar. El Zaragoza cae y se levanta, cae y se levanta. En casa, en medio de una atmósfera mágica, con una afición volcada en la empresa y en el aliento incondicional, con una escenificación con una enorme carga emocional, Natxo González y sus jugadores han cogido un vuelo espectacular: 27 puntos de los últimos 30 como locales.

Ayer, contra el Albacete, el equipo exhibió sus mejores virtudes: verticalidad, veneno en los espacios, generosidad y calidad en la definición y la construcción de las jugadas. Calidad en el golpeo de Papu en su triplete, de Pombo en sus asistencias, de Borja en su trabajo fuera del área, de Lasure a la hora de filtrar un pase, de Zapater en la ejecución… Así dio un paso de gigante hacia el playoff, que será matemático en caso de victoria contra el Valladolid. Con un solo pero: las concesiones en defensa. Muchas. Excesivas.