El Real Zaragoza jugó de horror, desafinando como equipo en todas sus líneas. Fue un grupo plano, sin relieve en un partido de tortura, insoportable y deformado además por un campo con una galopante alopecia de césped que impidió que el fútbol apareciera por El Madrigal. El Villarreal puso el piloto automático y ganó su primer partido de la temporada sin apenas resistencia, frente a un adversario que esta vez se quedó, castigado por su displicencia general, sin el postre de la remontada habitual y sin la primera victoria a domicilio. Un barco fantasma ante un submarino al que le fue suficiente con un par de torpedos para llevarse el encuentro en cincuenta minutos, el tiempo donde hubo algo de competencia. Con el 2-0 a favor de los locales, la segunda parte provocó acidez de estómago por su imposible digestión: faltas, parones, pelotas sin control, deserciones en los dos ejércitos para construir alguna acción que recordar. Y un mal árbitro que se lesiona y otro peor, el cuarto, que remata la faena con varios pinchazos en el lomo de la pobre bestia que era ya el encuentro.

Ayer se acabó el pastel --al menos la tarta de tres pisos en la que vivía el equipo de Víctor-- para un Zaragoza que hasta este momento había mantenido sufridos y angustiosos pulsos contra enemigos de baja cuna con la salvedad del Barcelona. En su cargo se puede decir que el jueves en Olomouc se dio una paliza para seguir en Europa y que el cansancio le pasó factura. Pues vale, se puede decir, pero no es la causa principal de semejante naufragio de espíritu más que de resultado ni la manera más honrada de analizar la derrota. Bastó un contrincante con un poco de peso y aceptable pegada para descubrir que la belleza no era tal frente a un espejismo. El sistema defensivo volvió a saltar por los aires y la delantera agotó su talonario de salvamento. Todo esto sin un ápice de pasión, con facha de equipo entregado a la suerte contraria que le había sonreído en jornadas anteriores.

Por no haber no hubo ni historia porque el juego se limitó a correrías por ambas partes y a las cosas de Riquelme, que fue quien estableció la hora de vencer con un magnífico pase para Forlán que éste convirtió en el segundo gol después de esquivar con sutileza la salida de Luis García. Porque el primer tanto del Villareal lo marcó Alvaro en propia meta al medir mal el salto en el intento de despejar un córner. El brasileño, sin Milito y con Capi a su lado, continuó con esa tendencia a la baja de los defensores, cada vez menos firmes: viene el balón centrado sobre una ligera brisa y se transforma en un misil con cabeza nuclear. El Real Zaragoza ha dilapidado su fama de bloque granítico, una leyenda por otra parte porque nunca fue rocoso.

La aparición por sorpresa de Capi en la alineación desató incontables dudas, pero el chico, disciplinado, salió airoso hasta que se contagió del virus de la foto: todos forman frente al área, se juntan, sonríen, abandonan la atención del espacio a la espalda y se dejan retratar como ocurrió en el gol de Forlán, cuando miraron al pajarito de Riquelme mientras su compañero entraba solo por detrás. Muy parecido al penalti que se cometió en Olomouc.

Hubo en Villarreal muchos momentos, los vacíos del partido, para reflexionar sobre otra cuestión: ¿es ésta una plantilla corta o miniaturizada? La desaparición del once de Aranzabal y la segunda negación de Víctor a César Jiménez para cubrir la baja de Milito descubrió la escasa confianza que el técnico tiene en estos dos futbolistas. Tampoco demuestra un exceso de simpatía deportiva por Zaparaín ni por Soriano. De los que aún cree, Cani, ayer de nuevo, tiró por la borda la ocasión de reivindicarse como mediapunta, y Drulic... Si se suma en la resta a García Granero, en la grada, Camacho y David Pirri, se puede establecer que el Real Zaragoza, a la espera de Oscar, son poco más de 15 jugadores útiles de verdad. Y las rotaciones están para ratificarlo.

SALVADO POR LOS PELOS Zapater se salvó por los pelos en Villarreal. Suspenderle tampoco sería un sacrilegio, pero merece el aprobado raspadillo. Dice bien de él y muy mal de quienes le acompañan, sin ir más lejos Movilla, cuya desaparición ya es hora de notificarla en comisaría. Lo de El Pelado es una cuestión de estado mayor, porque sin su aportación el Real Zaragoza se parte en dos y queda a merced de un fútbol más resumido y peligroso, el que implica jugar sin campamento base, sin nadie que dirija las maniobras. Así, la respuesta fogosa y directa ha sido bonita mientras los rivales lo han permitido por sus carencias. En El Madrigal no hubo opción porque el Villarreal transita bien.

Sin Savio, desnutrido de tanto aceptar todo tipo de responsabilidades, ni Villa, a quien Víctor, en una decisión cuestionable, quitó del campo, ni Javi Moreno supieron ni pudieron ser el escuadrón de la muerte. Agonizaron después de un arranque donde Galletti y Alvaro, solos ante Reina, pudieron poner por delante al Zaragoza, un primer acto al que también acudieron Forlán y Battaglia con serias intenciones de marcar. Fueron retazos de igualdad insulsa hasta que Alvaro peinó dentro de su portería un balón aéreo. El Zaragoza tocó a partir de entonces sin instrumentos una pesada pieza otoñal muy dura para el oído y mucho más para la vista.