El Real Zaragoza sigue adelante en la Copa del Rey. No fue por los méritos que hizo anoche en el Ruiz de Lopera, sino más bien por la renta que traía del encuentro de ida (3-1) y porque enfrente tuvo a un Betis decepcionante, incapaz de rematar a un enemigo que durante la mayor parte del choque dio muestras de un gravísimo raquitismo futbolístico. El conjunto aragonés se permitió además el lujo de disfrazar su pésima actuación como consecuencia de un larguísimo contragolpe de Galletti en el último aliento, justo cuando los andaluces buscaban a la desesperada el gol que necesitaban para continuar en este torneo.

La angustia se instaló en el corazón de la escuadra de Paco Flores, que venía muy maltratada del Camp Nou, a las primeras de cambio, en el minuto 8, cuando Fernando sorteó al hercúleo Alvaro y lanzó la pelota lejos del alcance de Láinez. El rápido tanto bético y la belleza de su ejecución desencajaron el rostro de un Real Zaragoza inexpresivo en el pase, pálido, asustadizo: subió los escalones del cadalso por su propio pie, se arrodilló y esperó a que cayera la guillotina. Tuvo la fortuna de que el Betis se fue de la mano con él en un partido que hará muchos aficionados al golf, al tenis, a la petanca o al guiñote, pero no al fútbol.

SIN BALON La negación fue absoluta por parte de ambos equipos. Si alguien hubiera raptado el balón, ninguno de los protagonistas lo habría echado en falta. Porque el encuentro, sujeto a las limitaciones técnicas del Zaragoza y a las urgencias desornedadas de un Betis tan pobre como el de La Romareda, se jugó sin pelota. Nadie la quiso en una insoportable sucesión de errores indignos de dos conjuntos que están inscritos en la máxima categoría de este deporte. Un fraude para el espectador, una gran mentira, una farsa... Sí, sí, pero continuamos en la Copa del Rey. Sí, tienen razón los pragmáticos, aunque no será por mucho tiempo, y para llegar a esta pesimista reflexión no hace falta adivino alguno.

El horror alcanzó cotas insospechadas, tan altas como el de la agonía de una eliminatoria que estuvo en el aire hasta su ocaso. La incertidumbre justificó que permaneciera la emoción por encima de un partido que debería haber sido suspendido. La Copa, sin embargo, deja un amplio margen para la pasión pese a que se estrechezcan las ideas hasta hacerse imperceptibles. El Real Zaragoza sobrevivió sobre un alambre que nunca se supo bien si lo estrangularía. Ponzio, Generelo y Corona se hartaron de perder balones, desaprovechados siempre por un rival sin pegada, con Joaquín y Denilson a lo suyo y el resto de sus volátiles compañeros dedicados a la contemplación o a trompicarse.

CALMA DEFENSIVA El Betis achuchó sin cabeza y el Zaragoza aguantó esa brisa insulsa, dejando que transcurriera el tiempo, firmando una ruin alianza con la resta de minutos para que se consumieran lo antes posible. Atentando contra las buenas formas, unos hacían que atacaban y otros que defendían en un bochornosa complicidad por falta de recursos para más. David Villa vivió de nuevo en el orfanato, lo que le desquició hasta hacerle egoísta como nunca o incluso vulgar, como cuando en el minuto 1 pudo sentenciar la eliminatoria y no supo qué hacer con un solo defensa enfrente y Galletti esperando la fácil asistencia para marcar ante el guardameta Prats. Fue la perfecta introducción de lo que se venía encima, todo un cúmulo de despropósitos.

Alvaro, Milito y, sobre todo, un magnífico y polivalente Pirri, conservaron la calma en el desmadre hasta que Galletti batió el récord del mundo de los 100 metros con balón y se lo ofreció a Vellisca, derribado por Prats en su inútil intento de frenar al centrocampista. Penalti, expulsión del guardameta y empate de Villa con Ito de portero circunstancial. Qué bien, pero qué mal. ¿O es al revés? En realidad es indiferente.