La estirada de Irureta en el gol del empate del Lugo va a ser analizada en todos los laboratorios y por todos los especialistas en el oficio de la portería. Fede Vico, que había entrado pocos minutos antes, enganchó un balón regalado por todo el sistema defensivo del Real Zaragoza en el minuto 92, armó su zurda y disparó con violencia desde fuera del área, ajustado al poste. ¿Imposible para el guardameta vasco? Lo fue porque entró, pero la impresión es que el arquero no se esperaba ni por lo más remoto ese golpeo y que puso muy tarde en marcha su mecanismo para atajar la pelota. Antes había realizado un par de intervenciones notables y alguna salida dubitativa, pero no parece quedar libre de culpa en un error que contó con varios protagonistas previos al tanto de la igualada. Quizás mucho más que un Irureta que seguirá de por vida bajo sospecha.

Se moría el partido con un Real Zaragoza, como es costumbre, agonizante y agarrándose como un náufrago al maravilloso gol de Cani. Se iba el tiempo. La pelota se puso juguetona en la zona de tres cuartos y el Lugo fue a por ella decidido tras una pérdida incomprensible de Erik Morán y sin que nadie detuviera, por lo civil o por lo criminal, la que suponía la última oportunidad del equipo de Luis César Sampedro. La condescendencia, la falta de carácter y rigor defensivo en una situación límite, en definitiva de nuevo la ausencia de calidad, permitió a Fede Vico irse hacia la puerta de la media luna. El resto es historia y tragedia para el equipo de Raúl Agné.

El técnico, visiblemente malhumorado y algo excesivo, dijo en la salda de prensa que hubiera dado una "hostia" a alguien. Luego, subrayó: "No hemos sabido hacer tres faltas en una acción que la requería". El entrenador tenía más razón que un santo por lo que se refiere a su segunda apreciación, claro. Cualquiera que vaya gananado a sesenta segundos del final con un solo gol de ventaja sabe que no pueden permitir ciertas cosas. En primer lugar dormirse en los laureles como un novato. Es el precio que tiene que pagar Agné, que debió agarrarse las manos al llegar al vestuario, y también el caro impuesto para un Real Zaragoza plano en demasiados aspectos. No había defendido ni mal ni bien con Zapater demasiado expuesto de lateral derecho y solventando problemas con corazón. Pero cuando tuvo que hacerlo en serio, se le rieron a la cara.

El encuentro había sido insípido hasta esa puesta de sol que sitúa al Real Zaragoza en el epicentro de una noche cerrada, demasiado próximo a los puestos de descenso y moralmente castigado hasta el tuétano. La imagen de Edu García, el mejor futbolista sobre el campo, contendiéndose las lágrimas casi sin hacerlo, expresa con puntualidad emocional el golpe recibido por bajar la guardia de esa manera tan vergonzante. El partido aceptaba el 1-0 sin discutirlo demasiado, pero faltaba un minuto y alguien capaz de interpretar que esto es una competición profesional.

Cani marcó un gol maravilloso, de su cosecha. Javi Ros aprovechó un robo para profundizar y asistir al aragonés, quien eligió el lugar inalcanzable para José Juan, más o menos la escuadra. Toque de genio para poner de cara un choque sin dominadores, para mostrarle a Ángel cómo se resuelve con todo a favor. El delantero es un fajador nato, pero desperdicia tantas fuerzas que cuando llega al área o le cae un balón del cielo con todo a favor, o tira al graderío o al cuerpo del portero como ocurrió con un mano a mano con José Juan. Sin pólvora o con cartuchos lanzados al aire, el Real Zaragoza recibió el regalo de Cani como una bendición.

El Lugo quiso siempre la pelota pero pocas veces supo con certeza como amenazar a su rival. Le anularon un gol legal e Irureta abortó un par de disparos con manos rápidas... Hasta que se produjo ese fallo en cadena, una desconexión en el minuto 92 que no es casual. No puede serlo porque hubo demasiados implicados. Agné y los jugadores vuelven a quedar en evidencia. Cuarto partido consecutivo sin ganar, un solo gol y una sensación aguda de que si las desgracias no vienen solas, ya habrá ocasión de que alguien se ofrezca voluntario para acompañarlas. En definitiva, es el equipo que se ha querido tener y que hay que sufrir. Y no, por supuesto que esto no se arregla a hostias.