El dolor es insoportable. Hace tiempo que la temporada es un calvario, una tortura ante la que tan solo cabe rezar para que acabe cuanto antes sin mayores daños que los que ya está causando a un zaragocismo herido. Como su equipo. Porque eso es lo que es el Zaragoza actual, un equipo malherido, cogido con alfileres e incapaz de hacer daño a alguien que no sea él mismo. Anoche, Palma hurgó en esa herida que mantiene maltrecha a una escuadra incapaz de marcar un solo gol en las últimas tres salidas. Los enemigos eran de cuidado, sí, pero a ninguno dio el Zaragoza algo más que un susto. A Osasuna y Granada les bastó un gol, pero el Mallorca hizo tres y pudo hurgar aún más en una herida que sangra a borbotones.

El Zaragoza duele por inocente. Por incapaz. Por frágil. Una debilidad extrema sobre todo en el plano físico, donde su calidad es tan cuestionable como la coordinación entre los servicios médicos y asistenciales del club o la confianza de los futbolistas en ellos. Ayer, por tercera vez en los últimos cinco partidos, un jugador se tuvo que retirar lesionado antes de la media hora. En Pamplona fue Guitián. Ante el Elche, la pasada semana, le tocó a Benito. Ayer, el problema lo sufrió Dorado ya a los 15 minutos. Todos defensas. Todos con percances musculares. Para analizar bien a fondo.

El Zaragoza sale a más de un lesionado por semana cuando todavía restan más de una decena de jornadas por delante. El dato es tan desalentador como escalofriante sin que nadie sea capaz de dar una explicación. Quizá no la haya. O tal vez haya varias razones. Puede que sea normal que un jugador permanezca un mes en su casa para recuperarse de una lesión cuyo diagnóstico allá es el mismo que aquí. O no. Incluso es posible que los jugadores que no se han lesionado hasta ahora se puedan contar con los dedos de una mano. O no.

Duele también el escaso respeto que infunde ya el Zaragoza entre el colectivo arbitral. De la Fuente Ramos dudó, pero sucumbió ante la presión popular para echar a Nieto con una segunda amarilla al menos cuestionable y en el mejor momento del equipo aragonés. Como en Pamplona, un árbitro elegía no medir y castigar con excesiva dureza al débil. Al frágil. Demasiado fácil. Demasiado cruel.

Dolor. No hay palabra que defina mejor al Zaragoza ni término que recoja con mayor acierto el sentir de la afición. Escuece ver al Zaragoza a cuatro puntos del descenso y estremece pensar que todavía queden más de dos meses de tormento. Y es un padecimiento enorme asistir al sufrimiento de Víctor en el banquillo casi tanto como aterra imaginar dónde estaría ahora el Zaragoza sin él.

Aunque al técnico aragonés hace unas semanas que se le ha caído el equipo -cuatro derrotas en los últimos cinco partidos-. Sabe el entrenador que la salvación está en casa y ahí es donde lo apostará todo. Quizá por ello ayer volvió a sorprender dejando a Soro en el banquillo. O situando a Ros en el centro junto a Eguaras desplazando a James a la izquierda cuando lo más lógico parecía ubicar al navarro por delante de Delmás para echarle una mano con Lago Junior.

O quizá a Víctor también le esté castigando tanto dolor y eso afecte a sus decisiones restándoles cierta coherencia. Porque tampoco parece demasiado lógico que fuera James quien ocupara el lateral izquierdo tras la expulsión de Nieto en lugar de Pep Biel.

El caso es que el principal objetivo era no salir herido de Palma y también en eso se fracasó. Excesivo o no, el castigo hace daño. Mucho daño. La permanencia pasa por La Romareda, sí, pero eso obliga a no fallar en casa, lo que se antoja un riesgo excesivo para un equipo cogido con alfileres y que ha acabado con las existencias de algodones y tiritas. El Mallorca hizo sangre, pero las tortas llegan desde todos los lados.