Llegó en Segunda y fue talismán en el ascenso del 2009, pero no renovó al no sentirse valorado y recaló en el Huesca. Posteriormente volvió a Zaragoza, ya en Primera, y contribuyó a que los blanquillos continuasen en la élite. Desde entonces ha sido un trotamundos del fútbol, aunque su carisma sigue intacto. Se ganó el cariño de la gente de Zaragoza, cuidad a la que regresa siempre que puede, y para el recuerdo quedarán sus jotas y su alegría constante.

—Volvió de Filipinas hace poco, pero por su carácter inquieto no habrá llegado todavía el final de su carrera.

—Bueno, no lo sé. Cuando pienso en la retirada siempre llega una oferta que me hace pensar que no. De momento sigo entrenándome y formándome para el futuro. Además, como soy licenciado en Periodismo colaboro con algún medio como comentarista. Estoy esperando algo que me motive al 100%.

—Ha estado en India, Filipinas, Finlandia, Italia, Azerbaiyán… ¿Con cuál se queda?

—Con la peor de todas, que fue la de Azerbaiyán, porque lo que vino después me hizo mucho mejor. La siguiente experiencia fue la del Nápoles, que fue como volver a sentirme futbolista de alto nivel porque estuve con grandísimos futbolistas y un grandísimo entrenador como Rafa Benítez. En India los extranjeros éramos las estrellas porque estábamos formando a jugadores y la empresa americana hacía que todo fuera un espectáculo. Después Filipinas ha sido una última experiencia que no esperaba, pero me quedo con haber jugado en China, Camboya, Singapur, Vietnam o en Australia con la Champions asiática. Recapitulo y veo que he estado en muchos lugares que no pensaba.

—Llegó al Zaragoza tras una época muy buena en el Betis. ¿Fue muy duro marcharse de su equipo del alma?

—Sí, pero lo más duro fue el sentirme poco valorado y también que mi tiempo ahí se había terminado. Llegué en 1997 en juveniles y en el 2007 me di cuenta de que no estaba ilusionado con jugar en mi equipo, porque había personas que me habían quitado esa ilusión. Decidí emprender una nueva aventura y por suerte, en el último día del mercado, surgió el Real Zaragoza. Lo he hablado con muchos amigos de allí, que posiblemente si el Zaragoza hubiera estado en Primera no hubiera jugado nunca en ese club. Tuve la suerte de hacerlo en un momento delicado y volviendo a la Primera, que fue grandioso.

—¿Por qué piensa eso?

—No lo sé, porque el Real Zaragoza era un equipo en el que los porteros que estaban eran muy buenos y Toni Doblas era un chaval que se había criado en el fango, que jugó en el Betis y que tuvo un par de primeros años buenos pero que después no estuvo tan bien, lo mismo que el equipo. Fue como una sorpresa recalar en el Zaragoza. Había tenido ofertas de otros equipos de Segunda, como el Rayo o el Alicante, pero había dicho que no porque no quería jugar en Segunda, pero al Zaragoza no podía decirle que no.

—¿Cómo transcurrió ese último día de mercado hasta que firmó con el Zaragoza?

—Había llegado a un acuerdo con el Alicante y económicamente era lo mismo que el Zaragoza. A la una de la tarde era jugador del Alicante y a la una y media recibí una llamada del Zaragoza y dije que me iba a La Romareda.

—¿Se esperaba ser suplente?

—Sí, porque ya se habían disputado varias jornadas de Liga y no pude ni disputar la Copa. Seguí entrenando para tener mi oportunidad, aunque sí que es verdad que López Vallejo era al 100% de la confianza de Marcelino y yo era el que tenía que esperar una lesión o alguna cosa rara. La primera vuelta no fue todo lo bien que esperábamos y hubo muchos cambios en defensa, pero no en la portería. Un día Marcelino empezó a mirar al vestuario y dijo: «¿Y este chaval de qué jugaba?». Siempre se lo recuerdo. Al final me puso y fueron 15 partidos en los que estuvimos invictos. Se ríe mucho cuando se lo recuerdo.

—¿Cuál fue la clave de aquel tramo final de temporada que culminó en ascenso?

—La llegada de Ponzio, la ilusión de Ander Herrera… Luego también mi estilo de juego le venía bien a Ayala y eso lo he hablado muchas veces con él, porque a los balones a la espalda ya le costaba y López Vallejo arriesgaba menos. Ayala me miraba cada vez que llegaba yo antes que el delantero y me daba las gracias. Al final encajamos las piezas un poco tarde, pero bien.

—Se ganó el cariño de la gente de Zaragoza pero no renovó. ¿Qué sucedió?

—Pasó más o menos como en el Betis. Llegué al Real Zaragoza en Segunda División y con un salario más o menos bajo, pero una vez se asciende pensaba que ellos iban a valorar el esfuerzo de haberme bajado el salario anteriormente para firmar, pero decían que iba a cobrar lo mismo. No acepté esos números, dije que no y recalé en el Huesca, pero tampoco fue por dinero porque estaban peleando por no bajar a Segunda División B. En invierno el Zaragoza trató de repescarme, pero al final llegó Roberto. Además el Huesca no me dejó irme y yo estaba muy agradecido por haberme sacado de estar sin equipo.

—¿Cómo terminó recalando en el Huesca?

—Recuerdo que Rodri, que jugó conmigo en el Xerez, me dijo que se había lesionado Dani Hernández, que estaba jugando Miguel y que no estaba mal, pero que necesitaban un portero. Conté con la confianza de Antonio Calderón y me adapté muy bien y enseguida al Huesca, a la ciudad y a la provincia. Aprovechaba los días libres para ir de excursión a conocer la provincia y quedé enamorado de Huesca. Sufrimos e íbamos a entrenar a un sitio en el que había cerdos, pero era un club muy familiar y en ese momento necesitaba eso. Con Agustín Lasaosa tuve una relación como de padre a hijo.

—De regreso a Zaragoza, aquella temporada en Primera fue complicada.

—Al final jugué más de 20 partidos, le ganamos al Real Madrid en el Bernabéu, pude jugar en el Camp Nou ante el Barcelona del sextete y perdimos solo 1-0. Disfruté de nuevo de la élite, pero al siguiente había overbooking de porteros y en vez de salir Leo Franco lo hice yo. A mí siempre me ha gustado jugar y, si no he tenido la posibilidad, no se me han caído los anillos al ir a un equipo de inferior categoría.

—Aquel vestuario era muy heterogéneo y había jugadores de muchas nacionalidades distintas. ¿Era complicado?

—No era fácil, pero el éxito de la campaña radicó en que había un buen grupo. Hacíamos quedadas o el amigo invisible y nos reíamos mucho.

—Seguro que su regalo del amigo invisible fue divertido.

—A Boutahar, que era musulmán, le regalé un jamón de Teruel y empezó a hacer aspavientos. Sabía que la broma había sido mía (risas). Pulido y yo nos fuimos a comprar el regalo de todos y había muchísimos buenos regalos ahí. Por ejemplo Paredes tenía unas botas Panama Jack que tenían muchos años, desde la cantera del Real Madrid, y un día Pulido y yo se las quemamos y le dimos unas parecidas, pero del chino.

—¿Recuerda otra anécdota divertida y que se pueda contar?

—Hubo una muy buena. Llegaba siempre muy pronto a la Ciudad Deportiva y había un niño cabezón ahí sentado un día. Cuando le miré pensé que era un recogepelotas o un familiar de algún jugador. Cuando le vi jugar al cabezón… ¡Ay madre mía! Tenía cara y físico de niño, pero cuando se puso a jugar... Nos dio la vida. Ahora es mucho mejor, pero no era malo de serie, no. Era Ander Herrera.

—El grupo fue una de las claves, ¿pero también la lucha y la garra en cada partido?

—Sí. Quizá teníamos nuestras limitaciones técnicas, pero físicamente éramos un equipo muy bien trabajado y que lo daba todo por el escudo. Ese fue el éxito de la salvación, porque estábamos abajo y sin mucha calidad ni mucha facilidad para meter gol.

—¿Era Agapito Iglesias una persona complicada?

—A veces nos sentíamos engañados. En el cara a cara me recordaba mucho a Lopera, porque te miraba y te convencía, pero después no era capaz de cumplir y los que más lo acabaron sufriendo eran los capitanes. El trato personal con Agapito Iglesias fue bueno, nos podíamos tomar una cerveza juntos y tenía la confianza para decirle que se había equivocado, pero al final era un empresario y hacía lo que a él le interesaba.

—¿Se imaginaba que el Zaragoza iba a acabar tan mal a tenor de lo que veía entonces?

—Sí. Él lo decía siempre, que le prometieron hacer el estadio y que iba a ganar mucho dinero, pero cuando perdió eso se dio cuenta de que con el fútbol podía ganar de otra manera. Vendió a Ander, Diego Milito u Oliveira y empezó a sacar tajada por todo. Él no sabía mucho de fútbol, se metió por un tema del estadio y cuando no se hizo empezó a lucrarse de esa manera.

—Ahora que ya han pasado unos años de su etapa como zaragocista, ¿qué recuerdos guarda?

—Zaragoza es mi segunda casa y casi que mis mejores amigos los tengo allí. Llegué con 28 años, fui padre estando allí y mi hijo es medio maño. Además es muy cabezón también, es de piñón fijo. Le digo que es muy maño y que la culpa es del agua del Ebro. Además mi paso con el Huesca me hizo seguir en contacto con Zaragoza y Aragón. Me emociona pasar el Puente de Piedra y ver el Pilar. Es una ciudad que me ha tratado muy bien. Cada año tengo que ir, porque el subconsciente me dice que estoy como en casa porque me sentí muy a gusto y sigo manteniendo ese sentimiento.

—¿Sigue bailando jotas y bebiendo cerveza aragonesa?

—La Ambar la sigo bebiendo y juego al guiñote, aunque cantar y bailar jotas lo hago menos menos, porque hay que estar eufórico como el día del ascenso. Un andaluz sigue ganando al guiñote a los maños y hace que se enfaden mucho. Es lo típico en las sobremesas o en el vermut torero que decís por ahí. Han sido muchas horas de cartas y eso me ha hecho aprender los truquitos.

—Ha vivido el fútbol en muchos países y rincones de España. ¿Cómo es en Zaragoza?

—La exigencia es grande, pero no solo para el fútbol. He visto muy buenos conciertos por ejemplo y la gente decía que no lo eran tanto. La gente en Zaragoza es muy crítica con todo y eso se traslada al fútbol. Llegaba del Betis y es algo que a mí, como profesional, no me parecía raro.