Ha habido quien se ha apresurado esta semana a calificar el partido ante el Numancia (20.00 h, Gol) como una final. Más parece una prueba selectiva para comprender si este Zaragoza con ínfulas de ascenso se va a meter directamente en un formidable e inesperado jaleo, obligado a pelear con los peores de Segunda para no desaparecer del fútbol profesional. Tal afirmación hubiese sonado absurda en cualquier momento de los últimos 60 años. Hoy en día es una certeza, irrefutable. En este encuentro está seguramente la frontera de la realidad zaragocista, que hoy se mueve entre emociones, indignación y temores. Se diría que es esto último, el miedo, lo que empuja el barco a estas horas en las que muchos han percibido el peligro real de hundimiento. No obstante, aunque vaya a servir para delinear el futuro, el partido no entra aún en categoría de finales. Llegarán estas si el equipo mantiene su línea estéril de juego, de romo ataque y frágil defensa. Si un día cae a puestos de descenso, la historia será bien otra.

Llegó Lalo Arantegui el martes para dar su versión de la realidad, parecida solo parcialmente a la opinión de la calle. Dijo el nuevo director deportivo que la sexta plaza es, hoy en día, una utopía. Más que una quimera parece una ilusión, moldeada sobre las bases de otra temporada incomprensible en cuanto a decisiones deportivas. Dejó al otro extremo del ascenso una valiente afirmación: «En el peor de los casos, el Real Zaragoza va a estar en Segunda división el año que viene». Es decir, no contempla el descenso en ningún escenario, ni siquiera en el natural supuesto de que el equipo mantenga su tendencia de pésimos resultados. Las cifras son demoledoras: 5 puntos de 24; una victoria en los seis últimos partidos en La Romareda; un punto de 12 en casa. Se cojan por donde se cojan, los números son terribles. Por eso está a 23 puntos del ascenso directo y a tres del descenso.

Le quedan 15 jornadas para adecentar su aspecto, pero los números actuales no admiten discusión. Sí la puede haber con Raúl Agné, singular superviviente de la tormenta que se llevó a otros por delante. La agonía de Juliá y el cierre del mercado de invierno le permitieron mantenerse en su posición, pese a que ni las cifras ni el fútbol le hayan acompañado en el 2017. Tampoco ha concentrado un respaldo absoluto entre los consejeros. Hace semanas que en el club se le entiende como otro desengaño, seguramente ahora como la opción menos mala para acabar pintando de gris el negro presente.

Llegó con poderes el nuevo director deportivo, según él mismo afirmó, para aseverar que el futuro del entrenador no depende de este partido. Habrá que ver cómo se resuelve el duelo, las formas y las consecuencias. Las lecturas tendrán poco que ver si el Numancia gana, si el Zaragoza estafa otra vez a su gente, sobre todo si el descenso se queda a tiro de una derrota.

La respuesta de La Romareda también cuenta. La gente , por más que perdone a su equipo, anda con la mosca detrás de la oreja, buscando el objetivo exacto al que señalar. El gol del Nástic puso en el aire pañuelos de indignación que quedaron diluidos con el debut de Samaras, que se produjo segundos después del tanto de Suzuki. La afición quería protestar, pero al mismo tiempo dar la bienvenida correspondiente al delantero. El asunto quedó descafeinado por la coincidencia de acontecimientos, pero se entendió el enorme enfado latente.

El griego se sentará hoy de nuevo en el banquillo, aunque ya se vio ante el Nástic que está para pocos vuelos. No es una cuestión de fútbol, sí de condición física, muy mala. Lo admitió Agné, que sabe que ahí encontrará un atacante diferente. En el futuro verbal está la diferencia. Hoy por hoy es poca cosa, desgraciadamente. Al equipo y a Ángel les beneficiará su presencia, por distinción y capacidad, por experiencia y conocimiento del juego. También por el gol, claro, donde el Zaragoza anda atascado. El canario es casi todo para este Zaragoza en ataque, pero su falta de destreza en los últimos metros permitió a su rival seguir vivo. Y ganarle. Porque después llegaron los errores defensivos, extrañamente comunes para un equipo que ha transitado hasta los límites del terror, que necesita ganar, resoplar, coger aire, demostrar que merece más. Al otro lado de la frontera bien se sabe lo que hay.