El regreso a la rutina siempre guarda una especie de bostezo interior, de galbana psicosomática: el músculo se reblandece seducido aún por los ecos veraniegos y la mente se echa en la tumbona para que le den crema en la espalda. Mucho más si aprieta el calor y de fondo se escucha la música de la fiesta nocturna por haber ganado un título como la Supercopa. El Real Zaragoza acudió frente al Getafe desprendido de la concentración que exigen estos partidos inaugurales de agosto aunque el rival sea un modesto debutante en Primera y se encontró con un gol en contra, en una situación incómoda y lejos del fútbol, que se dejó querer por el buen gusto de los madrileños. Esperaba el conjunto aragonés un partido para jugar en chanclas y se perdió en alta mar y rodeado de tiburones. Luego se vio que eran bonitos y estáticos peces de colores. Nada más.

La conexión brasileña , la magnífica tarde de Alvaro y Savio, lo sacó de un apuro importante. No sólo eso: entre ambos, cada uno a su manera, situaron al Real Zaragoza líder con tres goles que nacieron de acciones a balón parado. El central y el centrocampista remaron en solitario --con la inestimable colaboración de un Galletti despierto en la asistencia-- hasta hallar la orilla del triunfo. Fue una cuestión personal, de orgullo. El tanto de José Antonio premiaba a un Getafe elegante, disciplinado y nada rudo, todo lo contrario del novato que busca la permanencia con enfermizos planteamientos conservadores. Ni una falta de más, ni un despeje de menos. Se dedicó a tocar y a tocar ante el permiso de un adversario asfixiado por una propuesta simple, huérfano de Movilla, de Villa y de Javi Moreno. Es decir sin crédito creativo y sin gol.

Pero entre las buenas intenciones del Getafe y los recursos del Real Zaragoza, se impuso lo segundo. En un mal día, el equipo de Víctor Muñoz tuvo a su merced su mayor y mejor repertorio individual, y también madurez. La reacción partió de un habitual en estos casos. Alvaro lo estaba pasando mal junto a Milito y se fue a rematar una falta lanzada por Galletti. El defensa no se aventura fuera de su zona porque sí, para cumplir el expediente de chico alto y fuerte. Poderoso como siempre estableció el empate con un salto explosivo, digno de un ariete. El central acudió al rescate de sus compañeros y Savio no tardó en unirse a tan elevada y noble empresa.

SIN MISERICORDIA A Movilla le molesta que le vayan a buscar a casa, a sus dominios, para robarle el balón. Pero es algo a lo que deberá acostumbrarse como le enseño ayer el Getafe, que le persiguió sin misericordia con dos o tres futbolistas. El Real Zaragoza y Víctor Muñoz también tendrán que buscar alternativas cuando se produzca el cortocircuito. El Pelado sufrió como nunca, y Javi Moreno y Villa, los hombres más adelantados, tuvieron que pedalear sin cadena detrás de continuos pelotazos a tierra de nadie.

El encuentro estuvo a punto de teñirse de negro en un remate de Yordi, solo ante Luis García, que el gaditano envió fuera; o de rosa, en un mano a mano de Javi Moreno con Sergio Sánchez que Tena dejó en tablas al sacar el disparo del delantero de la misma raya. Entonces fue cuando surgió la figura de Savio, que anda ligero, ambicioso y burlón como nunca. Parece un chaval, y así se tomó el desafío que había comenzado su compatriota, con la ilusión que genera el desborde en la grada y la preocupación que genera en el contrincante que una pluma en apariencia sea en realidad una flecha envenenada. Buscó el 10 los pasillos inverosímiles, los retos de cintura en velocidad y también a su zurda amiga, esa que le sonríe cómplice en las faltas con barrera.

La segunda parte pintaba como la primera. No había forma de descolgar el empate del marcador porque el Getafe seguía empeñado en ganar su primer partido en la élite. Tozudo e inteligente, el equipo de Quique Sánchez Flores no varió un ápice su guión, mirando a los ojos. Su buen trabajo, sin embargo, se oscureció con el despiste del nobel, ingenuo en los momentos clave y carente de la pegada necesaria en el cruce de caminos que va de recuperar el balón hasta cargarlo de dinamita. También tuvo que doblar la rodilla ante el genio de Savio, quien después de enviar un tiro a la escuadra adelantó al Zaragoza con otro portentoso ejercicio de tiro a la escuadra que merecería el oro olímpico.

Alvaro calcó el primer gol en el tercero, otro salto estratosférico para cabecear el centro de Galletti. Brasil fue demasiado para el Getafe, y su espíritu, un aliado vital para un Zaragoza que maduró a tiempo.